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"El pan de cada día lo tengo todos los días"

Un emprendimiento avícola le ha permitido a La Quique y a sus compañeras mejorar su dieta y sus ingresos.
, Haydee Paguaga
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Enrique, conocida como "La Quique", sonríe al contar su historia.

Fotos: WFP/Nick Roeder

"Antes la comida de nosotros solo era con frijoles", dijo Enrique Martínez, conocida como La Quique en su comunidad del noroeste salvadoreño. "Ahora comemos huevos y comemos pollo."

A sus 33 años, La Quique cuenta entre sus bendiciones a sus tres hijos y ser parte de un proyecto que le ha cambiado la vida: "Me siento contenta que el pan de cada día lo tengo todos los días".

La Quique es una lideresa que fue impulsada a reinventarse por la pobreza en la que vivía su familia. “Nosotros solíamos destusar [quitar hojas] maíz donde el vecino que nos pagaba a un dólar el costal. Si hacíamos tres costales, solo tres dólares ganábamos”, comentó.

Guadalupe Cortez es amiga y compañera de fórmula de La Quique. Tiene 36 años y vive con su hija, un nieto de 3 años y dos sobrinos. Antes de ser parte del proyecto se dedicaba al oficio del hogar y no sabía cómo trabajar en el campo. “De lo que vino este proyecto, ya nos sacaron haciendo barreras, hortalizas y reforestando ”, mencionó.

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Guadalupe participa del emprendimiento junto a Enrique.

Ambas son madres solteras y participan en las diferentes actividades comunitarias de su cantón El Salamo, en el municipio de Cacaopera, departamento de Morazán. Comparten el mismo sueño: sacar adelante a sus familias. Este objetivo las motivó a unir esfuerzos para enfrentar los cambios del clima y la falta de oportunidades de trabajo.

El proyecto que cambió sus vidas

Para ellas las palabras resiliencia, obras de conservación de suelos, barreras muertas/vivas y avicultura eran conceptos lejanos, pero hoy son el motor económico de sus familias al permitirles mejorar sus ingresos, comer más sanamente y mejorar su calidad de vida.

Aprendieron sobre estos temas desde marzo de 2015, con el proyecto Asociatividad, Resiliencia y Mercados implementado por el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés).

El WFP les entregó tres años más tarde 11 aves mejoradas (10 gallinas y 1 gallo) y les capacitó en la crianza de aves. “A mí me hicieron una práctica para vacunar”, mencionó Guadalupe.

La Quique comentó que aprendió a negociar con tiendas, mercados y comedores. “Sufríamos al principio porque teníamos pena de llegar y ofrecer (huevos) a aquella persona, pero ya dejamos la timidez”.

La producción

Expandieron luego su producción y compraron aves Hy-line Brown, ponedoras a nivel comercial. Actualmente cuentan con 100 aves y se distribuyen las múltiples labores del cuido: alimentarlas, limpiarlas, recoger los huevos, seleccionarlos y encartonarlos para la venta. Debido a que el negocio creció, han podido involucrar a más mujeres de su comunidad en su emprendimiento.

Cada día recogen alrededor de 95 huevos. Los más grandes son incubados, actividad que les es más rentable.

La incubadora fue una novedad

Debido a su éxito y su espíritu imparable, el WFP les proporcionó una incubadora con capacidad para 525 huevos. Este activo les ha permitido diversificar sus productos con la venta de aves. Alrededor de 300 pollitos nacen cada 21 días. Cada pollito recién nacido se vende a US$1 y, dependiendo de su tamaño y peso, una gallina puede ser vendida hasta en US$9.

Cuando la incubadora llegó a la comunidad, fue una novedad. La demanda de los pollitos fue alta y eran encargados desde antes de nacer. “Muchas personas vinieron de muy lejos a verla, y cuando la miraban la gente sonreía porque decía que era de esos que congela pollos,” dijo La Quique.

El transporte y la comercialización

Los huevos, según su calidad, son vendidos en la comunidad o trasladados al mercado de Corinto en Morazán, ubicado a una hora de su comunidad y donde sus clientes los comercializan al público general.

Cada cartón de 30 huevos cuesta US$3. Hacen lo posible para llevarlos en carro, pero a veces toca movilizarse en moto, ques es más difícil y riesgoso con cartones de huevo. 

Un respiro durante la pandemia

Ni siquiera las restricciones impuestas por la pandemia les impidió seguir comercializando sus productos. Si bien no pudieron ir a vender sus productos a Corinto, la demanda aumentó en su misma comunidad. 

“Aquí venían a comprar y, gracias a Dios, se han vendido de todos tamaños los pollos.”

Unidad familiar y mejores relaciones

El proyecto ha ayudado a fortalecer los lazos en la comunidad. Los vecinos y vecinas se ven mas. Son solidarios y se motivan a seguir adelante.

En casa, la situación también ha cambiado para mejor. La Quique explica:

“Ahora no voy a jornalear como antes, si no que me dedico solo a los proyectos porque me trae más ingresos. Es cansado, porque uno siempre está trabajando y está pensando en la familia. Cuando jornaleaba, todavía dejaba a un niño que mamaba pecho. Siempre tenía en la mente a mi familia a ver cómo estaban, si habían comido o no. La granja la tengo aquí cerca, la incubadora aquí en la casa. Ellos (su familia) se alegran cuando ven que hay pollos. Ahora mi vida es muy diferente”.

Este proyecto ha sido posible gracias al apoyo de la Cooperación Italiana.

 

 

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