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El clima errático no da tregua a los productores de granos básicos de Nicaragua 

Dos años de lluvias excesivas y escasas han puesto contra las cuerdas a los agricultores, pero tendrán una manera de mitigar la pérdida de sus cultivos. 
, Sabrina Quezada Ardila
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José Santos Rivera en su parcela de maíz pocos días después que el huracán Iota la destruyera. Foto: WFP/Heidy Salazar

Yuneilyn Córdoba y José Santos Rivera, dos pequeños productores en Quilalí, al norte de Nicaragua, han sufrido los efectos extremos del clima errático. 

En noviembre de 2020, el huracán Iota desbordó un río cercano que destruyó sus parcelas de maíz y frijoles. En 2021 sus cultivos fueron destrozados, pero esta vez por la falta de lluvia. 

“El año pasado todo quedó enterrado en el lodo. Este año tenemos un descontrol con el maíz. Muchas plantas no nacieron, otras se quedaron pequeñas y no produjeron nada”, dice Córdoba. 

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José Santos Rivera y Yuneilyn Córdoba conversan cerca de la parcela de maíz afectada por la falta de lluvias. Foto: WFP/Sabrina Quezada Ardila.

Los agricultores están sintiendo cada día más las perturbaciones del clima sobre su trabajo. Las constantes pérdidas de cultivos reducen sus ingresos y afectan la seguridad alimentaria de sus hogares. Sus comunidades han experimentado la muerte de familiares y amigos, daños a la infraestructura y la pérdida medios de vida.

“Lo que está pasando actualmente con la producción es algo que nunca se había visto en la historia. Nunca habíamos tenido estos períodos de siembra”, señala Elvis Centeno, técnico de la Cooperativa 20 de Abril. Por ejemplo, explica Centeno, tradicionalmente se siembra en mayo, pero no llovió. Comenzó a llover a mediados de junio y entonces sembraron.

El atraso en la siembra de primera afecta también los dos ciclos restantes del año (postrera y apante) y, por ende, la pérdida de cosecha deja también sin semilla a los agricultores que por lo general reservan una parte de su producción para el siguiente periodo. 

Seguro agrícola para pequeños agricultores
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El maíz es el alimento básico en la dieta de las familias nicaragüenses. La cosecha del maíz es el momento más esperado por los agricultores. Foto: WFP/Sabrina Quezada Ardila

Una de las acciones que está impulsando el WFP es un proyecto piloto de seguro agrícola para 309 pequeños productores de granos básicos y vegetales de cinco cooperativas (167 varones y 142 mujeres). El seguro cubre pérdidas ocasionadas por el clima –vientos fuertes, inundaciones, humedad, sequía, granizo—y riesgos biológicos –enfermedades del cultivo y plagas, entre otros.

Este año, por primera en Quilalí, 50 pequeños agricultores de la Cooperativa Multifuncional de Fondos Comunitarios (COMFOC) adquirieron su póliza de seguro, entre ellos Rivera y Córdoba. Ambos esperaban obtener una producción de 60 quintales, pero por la falta de lluvia estiman que solo cosecharán unos 10. Las pérdidas serán pagadas por el seguro. 

“Estamos comprometidos en que más productores sepan que existe el seguro agrícola, porque ellos no lo conocen. Las pérdidas de cada productor serán presentadas a la aseguradora que les reembolsará en efectivo el 80% de lo que invirtieron en su parcela”, explicó Romel Meneses, gerente de la cooperativa. 

Este programa piloto es financiado por la Unión Europea como parte del Programa “Impulsando la Seguridad Alimentaria y Nutricional a través de la Resiliencia Económica”, que desarrolla el WFP con 20 organizaciones de pequeños agricultores del norte del país para mejorar la producción de granos básicos y su acceso a nuevos mercados.

WFP desarrolla la Iniciativa de Resiliencia Rural (R4), un enfoque integrado de gestión de riesgos climáticos que combina cuatro estrategias: la reducción del riesgo de crisis climáticas, mediante acciones de adaptación al cambio climático; transferencia del riesgo de eventos catastróficos a los mercados de seguros privados, como el proyecto piloto de seguros agrícolas; la retención del riesgo de los hogares y las comunidades y la promoción entre los pequeños agricultores de asumir el riesgo de forma prudente combinando la educación financiera, la diversificación de los medios de vida y el acceso al crédito para permitir mejores inversiones.

“A nivel local estamos trabajando con 26 cooperativas y asociaciones de pequeños productores para impulsar estrategias de adaptación al cambio climático”, dijo la Representante del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés), Giorgia Testolín. “También acompañamos a las autoridades nacionales en acciones para la gestión integral del riesgo de desastres”, agregó.

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Yuneilyn Córdoba, pequeña productora, está perdiendo casi toda su inversión en la parcela. Foto: WFP/Sabrina Quezada Ardila

Las cooperativas brindan a los participantes del proyecto piloto de seguro agrícola asistencia técnica y acompañamiento para realizar labores de protección del medio ambiente, como obras de conservación de suelos y aguas y la reforestación de fuentes hídricas. También apoyan la rehabilitación de pozos para reducir el desabastecimiento de agua que ocurre en el verano en la zona.

“La meta de la cooperativa es guiar a estos 50 productores en este piloto para que después ellos obtengan directamente el seguro agrícola, por su cuenta. Esperamos que vean el seguro como una inversión más que pueden pagar con un poquito de la cosecha, que se las asegura toda”, expresó Meneses. 

Córdoba afirma que una vez que termine el programa piloto ella continuará pagando por su cuenta los 28 dólares que cuesta asegurar su manzana de cultivo. “Es buenísimo tener este seguro. Si el año pasado lo hubiéramos tenido no hubiéramos perdido tanto”, explicó. 

Cuando la aseguradora le pague la póliza, Córdoba espera guardar el dinero para continuar trabajando el próximo año en lo que más ama: la agricultura. Rivera, quien se encuentra a su lado, asiente con la cabeza. Trabajar la tierra y producir alimentos está en su sangre, en sus vidas y es su esperanza.

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