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Ecuador: Comunidades afrodescendientes protegen su territorio y cultura frente a la crisis climática

La lideresa Antonia Hurtado reflexiona sobre cómo responden a los cambios registrados
, Laura Cadilhac
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Antonia Hurtado durante uno de los talleres. Foto: WFP/Laura Cadilhac

Antonia se define como una “mujer del monte”. Nació en el bosque, en un lugar muy bello en Mataje, cerca de la frontera entre Ecuador y Colombia. Es por eso que desde siempre ha sentido un profundo amor por la tierra, por la naturaleza. Si bien vive en San Lorenzo, siempre se mueve de la ciudad al monte y viceversa según le permitan sus responsabilidades como profesora en una escuela pública. 

Desde niña, Antonia (55 años) ha visto como su entorno ha cambiado, en especial el clima. Eran frecuentes las temporadas de lluvias, que a veces duraban varios días seguidos sin parar. 

Antonia recuerda: “En vacaciones salíamos a jugar en el campo, en las pozas que se hacían en el estero. Disfrutábamos bañarnos en las crecidas de los ríos, comer ratón de monte, camarones, michilla de río. Cuando mi papá regresaba de pescar, que era su pasión, siempre escogíamos el pescado a nuestro gusto, porque todo llegaba a la casa: el bagre, el pargo, el gualajo, la machetilla…”

Vendían el excedente de la pesca después de cubrir las necesidades de alimentación del hogar: “Todo era abundante, tanto el agua como la comida. Nos daba una sensación de bienestar”. 

Lo mismo ocurría con las siembras de maíz, yuca y plátano. Según la época del año, se preparaba el terreno para lo que se necesitaba en la familia. Y hacían huertas para las plantas medicinales y otra para los cultivos de ciclo corto, como haba, pimiento, cebolla, ají dulce y ají picante. “Siempre estaba asegurado el aliño, el remedio…crecimos sabiendo que era importante tener esas plantas en casa por sus distintos usos y beneficios,” dice Antonia.

Pero las estaciones que antes eran lluviosas ahora se presentan secas, y viceversa. “Ya no se puede predecir qué va a pasar. Vemos que la naturaleza, en general, está siendo afectada por el cambio climático”, enfatiza Antonia.

En cuanto a los animales, algunas especies que son importantes en la cadena alimenticia han tenido que moverse, buscar otro tipo de alimentos, adaptarse, porque ya no se encuentra la misma abundancia ni variedad de comida.

Por ejemplo, ahora se observan en el manglar animales que antes solo se encontraban en el bosque tropical húmedo, y otros ya no consiguen la pepa —un fruto parecido a la ciruela—, que comían del Chanul (especie de árbol endémico).

“Lo mismo pasa con nuestra alimentación. Lo que antes comíamos ya no la conseguimos con la misma facilidad”, añade Antonia. Lo poco que ahora se pesca o caza, que debería ser parte del sustento diario, se destina principalmente a la venta. Para la casa compran alimentos menos nutritivos.

Respondiendo juntos al cambio 

A lo largo de los años, las mujeres afroecuatorianas se han empoderado de los procesos organizativos, porque sienten la necesidad de defender el territorio y los derechos de su pueblo.  “Ahí está nuestra esencia,” explica Antonia, quien teme que su pueblo culturalmente diferenciado desaparezca por los cambios que se están registrando en el territorio.

La Comarca Afroecuatoriana del Norte de Esmeraldas (CANE) ha venido trabajando con el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) en los últimos dos años, al ser una de las siete entidades ejecutoras del Proyecto Binacional financiado por el Fondo de Adaptación. 

Este trabajo se realiza con los gobiernos y las comunidades vulnerables Afrodescendientes e indígenas Awá localizadas en la zona fronteriza colombo-ecuatoriana. 

Para el proyecto, se han priorizado las intervenciones que surgen de necesidades identificadas por las propias comunidades. La siembra de especies nativas con prácticas orgánicas, agroecología, agroforestería, fincas integrales, son algunas de ellas. También están trabajando en procesos de concienciación sobre la relación del cambio climático con la situación de inseguridad alimentaria de las comunidades, las principales amenazas climáticas frente a las que se deben adaptar, y la importancia que tiene la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.

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Mujeres afroecuatorianas (con Antonia en el centro) celebran el Día del Manglar. Foto: WFP/Laura Cadilhac

Es un trabajo en equipo que busca la complementariedad. Como dice Antonia: “Juntos debemos ir tejiendo el gran abanico de la sociedad (global) porque todos somos importantes. Todos somos necesarios para cuidar esta nuestra casa grande que es el Planeta Tierra, desde lo que somos, desde nuestra identidad como personas de origen negro, indígena, mestizo, blanco”.

 

 

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