Un futuro verde en el desierto peruano
La vida es dura en el desierto de Sechura en la costa norte peruana. Alejadas a varias horas de las carreteras, y sin acceso a servicios básicos como agua potable, cientos de familias subsisten generando ingresos para el día, y accediendo con limitaciones a alimentos nutritivos a precios elevados.
Ese era el día a día para María Mayanga y su familia de seis miembros en el caserío de Pocitos. “No teníamos verduras en casa si no salíamos a la provincia, que está lejos, a hacer las compras. Recuerdo que sólo podíamos sembrar verduras cuando venía agüita del río Cascajal, pero no pasaba todos los años”, comenta.
Sin embargo, con el apoyo del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) a través del Proyecto PROSAN, María y los suyos tienen hoy un módulo productivo multifamiliar de 900 metros, gracias al cual producen verduras y crían ganado para alimentarse, generar ingresos y cubrir de verde el desierto.
Producen gracias al uso de riego tecnificado por goteo, que se ha instalado en estas tierras con la asistencia técnica del WFP, para usar de forma eficiente y racional el agua subterránea a la que acceden las familias a través de un reservorio común, que funciona gracias al apoyo del Fondo Social del Proyecto Integral Bayóvar (FOSPIBAY), que también es donante de PROSAN. “Aquí, en Pocitos, no hay agua. Usamos agua de un pozo y el biohuerto lo administramos mi esposo, mis hijos y yo, todos juntos”, dijo María, quien con orgullo hace una lista de los alimentos que produce la familia Paiva-Mayanga: brócoli, maíz, caigua, zanahoria, beterraga, limón, alfalfa, tomate, hierba luisa, culantro, rabanito, menta, perejil, beterraga, rabanito, y productos de la zona como el frejol de palo.
María destaca que todas las verduras que cosecha en el biohuerto son para el consumo de su casa, y valora poder comer alimentos más naturales, económicos y libres de sustancias tóxicas que ella misma cosecha:
“Esto es más nutritivo, y además consumimos lo que sembramos, y ya no tenemos que salir a comprar a precio más elevado. Ahora comemos más verduras, ya no nos preocupa que no nos vaya a alcanzar, y consumimos más vitaminas y proteínas para los niños. También tenemos aquí animales para nuestro consumo, y más adelante quisiéramos sembrar también frutas.”
Como buena emprendedora, María anhela que el biohuerto siga creciendo: “Quisiéramos tener más adelante paneles solares para que pueda funcionar el motor del equipo de riego, y así ya no tendríamos que invertir en combustible.
Este fructífero trabajo realizado por el proyecto PROSAN, que opera WFP, ya ha habilitado hasta el momento cerca de 250 módulos productivos como el de María. Un 40% de estos módulos vende los excedentes de sus cosechas en diversas ferias agropecuarias que organizan los municipios distritales con apoyo del proyecto.