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“Los miskitos siempre estamos buscando como preservar y cuidar nuestra Madre Tierra, como una forma de respetarla porque de ella vivimos”

Los pueblos originarios protegen el medio ambiente como parte de su cosmovisión. No contribuyen al cambio climático, pero sufren como todos las consecuencias.
, Sabrina Quezada Ardila
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La Costa Caribe de Nicaragua es frecuentemente afectada por desastres de origen natural. Foto: WFP/Sabrina Quezada

En Dos Amigos, una comunidad miskita ubicada en la ribera del río Prinzapolka, a unos 420 kilómetros al este de Managua, la capital de Nicaragua, Nineth Wilfred y Bayolina García vivieron con horror la crecida del río que inundó su pueblo hace un año. Las rústicas casas de madera, pozos, letrinas y los cultivos quedaron destruidos por la “llena”.

La “lluvia” (huracán) y la “llena” (crecida del río que causa inundación) fueron provocadas por Eta, que el 3 de noviembre de 2020 golpeó la costa Caribe norte con fuertes lluvias y vientos de 240 kilómetros por hora. 

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Nineth Wilfred y Bayolina García, junto con todas las familias de Dos Amigos sufrieron dos potentes huracanes que inundaron y destruyeron los medios de vida en su comunidad. Foto: WFP/Sabrina Quezada Ardila

En esta comunidad miskita el agua comenzó a bajar al quinto día. 

“Nosotros nos fuimos caminando al llano, hasta donde no llegaba el agua”, me dijeron Nineth y Bayolina en un difícil español marcado por el acento de su idioma original una semana después de Eta. Para entonces, ni ellas ni la comunidad sabían que en el Mar Caribe se estaba desarrollando otra tormenta que los golpearía con más fuerza.

Era Iota, el gemelo de Eta, que según el Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales (INETER), es el huracán más fuerte que ha tocado tierra en este país. No solo azotaron seguido la misma zona del país sino también a las personas más vulnerables. Lo que Eta dejó en pie, Iota no lo perdonó.

Dos Amigos y un centenar más de comunidades miskitas, mestizas y afrodescendientes de las cuencas de los numerosos ríos de la región y otras más ubicadas a orillas del Mar Caribe, se inundaron y/o fueron destruidas. En el centro del país, los dos huracanes también provocaron daños y la destrucción de los cultivos.

Los miskitos y la Madre Tierra

Los miskitos son el pueblo original más numeroso de Nicaragua. Desde antes de la colonización han vivido en pequeñas comunidades, obteniendo su sustento de la pesca, caza y sembrando tubérculos, musáceas y algunos granos. Conservan su cultura, lengua y organización basada en gobiernos territoriales: los jueces y consejos de ancianos ejercen la autoridad. 

La conexión de los pueblos originarios con la naturaleza es parte de su cosmovisión y de su espiritualidad. La trilogía mítico-religiosa de los miskitos la conforman el Creador (Wan Aisa), la Naturaleza y el Hombre. Wan Aisa y su pareja, Tasba Misri (la “Madre Tierra”) fueron quienes crearon al hombre.

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La agricultura de subsistencia genera alimentos a pequeña escala para las familias miskitas. Foto: WFP/Heydi Salazar

“Los miskitos estamos muy conectados con la Madre Tierra, con el agua y con los recursos naturales y le damos un uso racional. Usamos la madera para hacer nuestras casas, los botes son nuestros medios de transporte, pescamos con anzuelos y si el pescado está muy pequeño, se lo devuelve al agua”, me explica Jasmara Ullite, mientras recorremos el río Prinzapolka en bote.

Ullite, de 38 años, es una miskita autóctona de Prinzapolka que trabaja en la alcaldía de este municipio donde el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) está desarrollando acciones para responder a la emergencia que provocan estos fenómenos climáticos. “Los miskitos siempre estamos buscando como preservar y cuidar nuestra Madre Tierra, como una forma de respetarla porque de ella vivimos. Nos provee nuestras medicinas y también nuestros alimentos”, afirma Ullite. 

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Jasmara Ullite durante un recorrido en bote por las comunidades del río Prinzapolka para constatar los daños ocasionados por el huracán Eta. Foto: WFP/Sabrina Quezada Ardila

En esta apartada región del país no hay fábricas que emitan gases de efecto invernadero que contaminen el planeta. Como no hay carreteras en las cuencas de los ríos Prinzapolka, Bocay, Waspuk, Kukalaya, Wawa y Coco o Segovia, no hay vehículos que quemen combustibles y tampoco hay ganadería extensiva.

En cambio, los miskitos y los mayagnas, el segundo pueblo originario mayoritariamente hablando, aportan a la humanidad Bosawás, la mayor reserva forestal de Centroamérica y la tercera a nivel mundial, que también es la segunda selva tropical de América.  En ella se han identificado 270 especies de plantas, 200 de animales vertebrados e invertebrados y entre 100 mil y 200 mil variedades de insectos. 

Declarada por la Unesco como Reserva de la Biosfera en 1997, esta inmensa masa de bosque contribuye con la absorción de contaminantes del aire, del agua, con la conservación de los ecosistemas naturales y de la variación genética de las especies. Pero la armonía que debe existir para los pueblos originarios entre el Creador, la Madre Tierra y el hombre, parece que se está perdiendo. 

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Niños miskitos de la ribera del río Coco o Segovia, en el municipio de Waspam.

“Nunca habíamos vivido este tipo de accionar de la naturaleza. Ni los vientos tan fuertes que sentimos, ni la inundación. Es algo difícil lo que estamos atravesando. Nos duele ver cómo este tipo de fenómenos está afectando nuestro hogar, nuestras tierras, nuestros cultivos. Porque también está afectando nuestra fuente de vida”, lamenta Ullite. 

En 2021, WFP desarrolló operaciones para las familias más afectadas por fenómenos de origen natural, incluyendo los huracanes Eta e Iota en el Caribe y la zona Norte/Central del país, y la sequía en el Corredor Seco, llegando a entregar raciones de alimentos para 700 mil personas, la mayor respuesta brindada por la organización desde que inició operaciones en Nicaragua en el año 1971.

Trabajando coordinadamente con las instituciones nacionales de respuesta a crisis, WFP también entregó 12,683 bonos de recuperación de medios de vida (aves, cerdos, plántulas de plátanos, yuca, coco, semillas de arroz, frijoles y maíz) a las familias que perdieron sus cultivos y otros recursos que les generaban alimentos e ingreso. Así mismo, apoya con la creación de resiliencia y adaptación al cambio climático a pequeñas y pequeños agricultores de 26 cooperativas del norte del país.

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Raciones de alimentos para llevar a casa fueron enviados por WFP hasta las comunidades indígenas más lejanas del país después del golpe de los huracanes gemelos. Foto: WFP/Heydi Salazar

 

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