El huracán se lo llevó todo
Por Sabrina Quezada Ardila
"Los niños ya no van a ver los árboles que vieron crecer". Ese testimonio me caló los huesos, sin saber que Ivonne Nicolás Wilson tenía mucho más que decir que haría que me estremeciera por completo. El huracán Eta, categoría 4, arrasó el 3 de noviembre las comunidades Wawa Bar y Karata, entre otras muchas ubicadas en la costa del Mar Caribe, en el noreste de Nicaragua.
Los patios de la Escuela Normal "Gran Ducado de Luxemburgo", uno de los nueve refugios abiertos para albergar a las personas afectadas por el huracán, está repleto de niños. Equipos multidisciplinarios de especialistas están utilizando diferentes terapias para el abordaje del trauma que sufrieron por el viento, la lluvia, la marejada y la destrucción que ocasionó Eta.
"Esta esta la primera vez que están conociendo un huracán", me explica Ivonne Nicolás Wilson, educadora y consejera del Ministerio de la Familia. "Nunca habían conocido una lluvia ni un viento tan intenso, duró más de 12 horas. Lo que ellos vieron les dio miedo, se estresaron. Nunca habían visto que se cayeran casas y volara el zinc (techo)", agregó mientras circulan por todos lados grupos de niños y niñas dirigiéndose hacia distintas actividades.
Los han dividido por edad, por un lado, los niños de 6 a 10 están cantando en miskito, su lengua madre, y bailando, mientras los más grandecitos pintan y los adolescentes juegan a la pelota.
Aunque veo risas en la mayoría de ellos, están sufriendo por el trauma que les causó el huracán. Las familias salieron de sus comunidades antes que Eta tocara tierra gracias a un gran despliegue de evacuación preventiva que dirigieron las autoridades nicaragüenses a lo largo del litoral norte para evitar la pérdida de vidas.
"Cuando los niños regresen a su comunidad, van a tener muchos vacíos, muchas preguntas: ya no van a estar sus árboles, ya no va a estar su iglesia, ya no va a estar su escuela, incluso ya no van a estar sus casas. Ya no van a estar los árboles que ellos vieron crecer", fue lo que me dijo Wilson.
Árboles probablemente de muchos años, casas, ropa, botes, redes, animales, todo se lo llevó el mar al entrar con fuerza a las comunidades costeras, habitadas principalmente por indígenas miskitos y en menor cantidad afrodescendientes. La naturaleza forma parte de la esencia de esta cultura ancestral, que vive de la pesca y de la caza.
El mar entró con fuerza por la marejada ciclónica que provocó Eta que alcanzó más de ocho pies. "¿Conoce el muelle de Bilwi?", me preguntó el Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional para la Prevención, Atención y Mitigación de Desastres (SINAPRED) de la Costa Caribe Norte, Yamil Zapata. "Sí, lo conozco", le dije en un murmullo. "Pues la marejada pasó encima de él". El muelle, de 461 metros de longitud tiene la capacidad para recibir barcos y buques de transporte internacional.
Durante un recorrido que realizó Giorgia Testolín, Representante del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en ingles) por uno de los barrios costeros de Bilwi (la cabecera municipal de la Región Autónoma de la Costa Caribe Norte — RACCN), fue posible ver algunos de los grandes pivotes que formaban parte del muelle, arrancados por el mar como si fueran palillos de dientes.
En el albergue, las autoridades nacionales dispusieron colchonetas y frazadas, atención sicológica y atención médica para las familias evacuadas de Wawa Bar y Karata, comunidades ubicadas a dos horas y una hora de viaje en lancha desde Bilwi.
Los niños siguen teniendo miedo
WFP está complementando la alimentación que reciben. Ochenta toneladas métricas fueron trasladadas hacia el Caribe Norte antes que el huracán golpeara la zona. También desplegó personal para acompañar la respuesta en las áreas de Telecomunicaciones, Logística y Programas.
Daysi Coban es una de las mujeres que participa de la preparación de los alimentos tres veces al día. "Hago desayuno, almuerzo y cena para todas las personas", me dice. Le pregunto si considera que es mucho trabajo. "Es mucho trabajo, pero estamos ayudando", me responde.
Las primeras evaluaciones que el personal de las instituciones de respuesta ha hecho de las familias de Wawa Bar y Karatá es que los niños están alterados, tienen miedo y en algunos casos se muestran agresivos. Los adultos también están conmocionados. De acuerdo con Wilson, presentan dolor de cabeza, dolor en los huesos y no quieren comer. "Son síntomas de que están estresados. Tienen un trauma. Sus emociones están afectadas", me explicó.