Cosechando un destino sostenible en Perú
Llegar a la finca familiar de Noemí Amaya es conocer lo que puede ser la vida en el desierto peruano: árida y retadora, pero también esperanzadora. Y es que donde no hay acceso al agua potable, muchas familias están logrando un milagro agropecuario al pintar de verde el desierto de Sechura, gracias al agua subterránea y a la adopción de tecnología de riego para optimizar su uso. En el pasado, cultivar aquí era difícil porque Noemí y las otras familias no tenían las técnicas, ni las semillas adecuadas. No había agua para irrigación, así que la traían con el pago de camiones cisterna, un servicio costoso para estas familias.
Noemí es un ejemplo inspirador para su distrito, Rinconada Llicuar, pues además de liderar su emprendimiento agrario sostenible de 4.8 hectáreas, colabora como agente comunitaria brindando orientación a la población para mejorar sus hábitos de nutrición y para fortalecer su salud, combatiendo al mismo tiempo la anemia y desnutrición crónica infantil.
De familia numerosa y trabajadora, Noemí manifiesta estar comprometida en fomentar la distribución equitativa del cuidado en las tareas del hogar y del campo: “Mis hermanos vienen bien temprano para dar su comida a los animalitos. Empiezan a las cinco y media de la mañana, y luego viene mi papá a la parcela y entre unos y otras coordinamos el trabajo. Un día, por ejemplo, decimos “vamos a deshierbar”, y otros días echamos el humus. Cualquiera viene con la comida, el piqueo, comemos, y luego nos ponemos a recoger frejol de palo. Participamos por igual”.
En la finca próspera de la familia Amaya, cada año se siembran hortalizas como cebolla, pimiento y col, y también se produce maracuyá, limón, papaya, guanábana, guayaba, lima, mamey, hierba luisa, mango ciruelo y camote, entre otros alimentos que son cultivados usando técnicas agroecológicas como el compostaje.
Una parte de la cosecha se queda en casa para preparar jugos y ensaladas, comenta Noemí, mientras la otra la colocan sobre una mesa y la venden a quienes pasen por la carretera frente a su casa. “Eso ha mejorado un poco nuestra calidad de vida, porque con el ingreso que obtenemos podemos comprar pescado y carne que son necesarios para alimentarnos bien”, señala Noemí, quien también vende sus productos a las comunidades en las ferias agroecológicas “Cómprale a Sechura”, las cuales impulsa el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) junto a municipios locales en la provincia.
Noemí está agradecida porque ella y su familia manejen un pozo, un tanque y una motobomba, pero antes del proyecto la situación era diferente. Sembraban muy poco porque tenían que regar el huerto por gravedad, y así consumían mucha agua que además era escasa, explicó. “Hoy podemos afrontar la sequía. Además, ahorramos y elegimos cultivos que consuman menos agua”, cuenta esta orgullosa agricultora. En ese sentido, las familias tienen a un representante dentro de las juntas de regantes, que son organizaciones comunitarias que tradicionalmente gestionan el manejo del agua. Noemí representante de su familia ante la junta de su comunidad.
Estas mejoras en el campo han sido posibles con el apoyo y la asistencia técnica del Proyecto PROSAN, que opera el WFP Perú en la provincia piurana de Sechura, gracias a una alianza con el Fondo Social del Proyecto Integral Bayóvar (FOSPIBAY). En este territorio se han habilitado hasta el momento cerca de 250 módulos productivos agroecológicos, cuyas familias participantes han sido seleccionadas conjuntamente por el proyecto y la autoridad local. Así, un futuro sostenible se construye con resiliencia y equidad.
Sobre el proyecto
Un futuro sostenible solo es posible cuando las mujeres, como Noemí, participan activamente en las soluciones frente a la crisis climática. Las mujeres y las niñas se ven afectadas desproporcionalmente por los eventos relacionados con el clima. Por ello, WFP apoya a las mujeres a reforzar su resiliencia frente a los desastres relacionados con el clima.