“Una cosa es leer las cifras de la crisis y otra ver las caras de dolor y miedo”
Entrevista realizada por Morelia Eróstegui
Mientras me preparo para salir de mi casa para ir a trabajar, a menudo pienso qué es lo que nos hace humanitarios. La emergencia COVID-19 le ha dado una vuelta a mi vida. No sólo porque ahora parte de mi trabajo involucra vestirme con capas y capas de protección, gafas, barbijo [mascarilla o tapabocas] todas las mañanas, sino porque los desafíos propios de mi asignación se han vuelto más complejos.
Llevo dos años trabajando como especialista en género para la oficina del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP, por sus siglas en inglés) en Bolivia.
"Es difícil desvincularse al final del día de todas esas miradas, de todas esas historias, porque son precisamente sus historias las que alimentan el espíritu y te dan fortaleza para levantarte al día siguiente y continuar trabajando".
En este tiempo aprendí que el trabajo humanitario no es tan común, no se realiza desde la comodidad de tu computadora o en una oficina. A menudo nos toca cambiar el escritorio por una canoa, la computadora por una libreta y salir e interactuar con las personas con las que trabajamos en el campo, a escucharlas y a conocer sus necesidades.
Estar fuera es parte de lo que hacemos y es algo que se ha vuelto más frecuente con la crisis sanitaria que enfrenta Bolivia con la pandemia de la COVID-19.
Llevamos cinco meses trabajando sin parar, distribuyendo tarjetas electrónicas a personas en situación de vulnerabilidad para que puedan comprar alimentos en supermercados. Esto ha significado para mí conocer miles de historias de mujeres de la tercera edad en hogares para ancianos, de padres de niños con cáncer, de familias enteras con discapacidad, personas ciegas, personas que viven con el VIH.
A veces es difícil desvincularse al final del día de todas esas miradas, de todas esas historias, porque son precisamente sus historias las que alimentan el espíritu y te dan fortaleza para levantarte al día siguiente y continuar trabajando.
Uno conoce las cifras del impacto económico y social. Más del 60% de la población en Bolivia vive del trabajo informal, pero esto es diferente cuando le ves la cara a la vulnerabilidad, al dolor ajeno, al miedo. Por las múltiples restricciones que tenemos para atender a las personas, hablar con los beneficiarios se ha vuelto una tarea más compleja que antes, ya que debes asegurarte de que entiendan los procedimientos para utilizar sus tarjetas –muchos nunca han ido a un supermercado. Además, las personas llegan a nosotros con una carga emocional. Encuentran en los trabajadores humanitarios un espacio de catarsis. Ven un rostro humano, lloran, tratan de extendernos las manos, nos cuentan sus historias.
"Tú, como humanitario, no eres quien exclusivamente contribuye a mejorar la situación de estas personas. Ellas te ayudan a crecer con sus historias de vida y siempre, siempre agradecen el trabajo que haces".
Tú, como humanitario, no eres quien exclusivamente contribuye a mejorar la situación de estas personas. Ellas te ayudan a crecer con sus historias de vida y siempre, siempre agradecen el trabajo que haces. Te piden por favor que te cuides, que uses barbijo, que te alimentes, que no te olvides de hidratarte y de tomar en algún momento un descanso, se preocupan por ti como si fueras un miembro de su familia.
Recuerdo especialmente que un día de distribución, un señor de la tercera edad recibió su tarjeta y se quedó esperando hasta el final. Es raro, pensé en ese momento, con la amenaza del virus, la mayoría llega y sale lo más rápido posible para evitar el contacto con otras personas. Uno quiere volver lo más rápido a casa.
Se nos acercó cuando estábamos guardando todo, tenía un libro entre las manos, había resaltado en él frases de agradecimiento y nos leyó cada una de las citas que había encontrado. Aunque significaban lo mismo, para él, era importante hacerlo porque nosotros habíamos pensado en él y en su esposa. "Nunca había recibido tanto dinero para comprar alimentos, gracias", nos dijo antes de irse.
Es conmovedor conocer desde adentro cómo funciona la asistencia humanitaria, somos tantas personas atrás: quienes facilitan las compras de equipos de seguridad, quienes nos llevan de un lado al otro, quienes se encargan de ordenar los papeles y materiales para el día siguiente, los que salimos. Hemos aprendido a cuidarnos como si fuéramos familia. Nos llamamos, nos escribimos. Y entonces recuerdo que todos estos pequeños rasgos humanos –lo que alimenta el trabajo humanitario– son lo que te hacen humanitario.
Daniela fue parte de las distribuciones que permitieron que el Programa Mundial de Alimentos apoyara a 11.700 personas durante la primera etapa de la pandemia en Bolivia.