Guatemala: Cómo los agricultores apoyados por WFP mantienen nutridos a estudiantes
Rodeada de campos interminables de maíz, Heydi Ajú y su esposo Álvaro trabajan en sus parcelas de cultivos cuidadosamente organizadas, ubicadas en el centro de Guatemala. Sus cultivos destacan entre los demás.
Mientras la mayoría de los productores cosechan principalmente maíz, su invernadero está lleno de cebollas, col, brócoli, camotes, entre otros productos recién sembrados. La pareja cultiva una gran variedad de vegetales frescos que serán clasificados, limpiados, pesados y empaquetados en su casa, para luego ser destinados a los cientos de platos para la alimentación escolar en el departamento de Chimaltenango.
Miembro del pueblo indígena maya Kaqchikel, Ajú es una de las miles de pequeñas agricultoras que, en todo el país, apoya el Programa Mundial de Alimentos para mejorar su producción y acceder a mercados locales.
Los pequeños agricultores representan más del 80% por ciento de los agricultores en Guatemala, pero en un país con una agricultura orientada a la exportación, enfrentan acceso limitado a tierras, herramientas financieras y mercados. La iniciativa de WFP que conecta a los pequeños productores con el programa de alimentación escolar administrado por el Gobierno es una forma de canalizar su oferta hacia la demanda.
Guatemala es el primer país de Centroamérica en garantizar las comidas escolares a nivel nacional. Desde 2017, al menos el 70% de los ingredientes para las canastas de alimentos escolares deben adquirirse de pequeños agricultores locales.
“El compromiso de Guatemala con las compras locales es realmente innovador”, señala Tania Goossens, Directora de País y Representante de WFP en Guatemala. “Dar prioridad a los agricultores locales pone sobre la mesa la comida de una manera sostenible; cada compra realizada a un agricultor local significa un kilómetro menos recorrido por camiones cargados de alimentos y una menor cantidad de dióxido de carbono emitido en la atmósfera”.
“Esto también fomenta una conexión más profunda con la tierra", añade Kate Sinclair, jefa del programa de WFP en Guatemala. "El abastecimiento local asegura que las comidas no solo alimenten, sino que también se cultiven un profundo sentido de pertenencia y cuidado por la tierra, preservando tradiciones culturales".
Convertirse en un proveedor formal del programa de alimentación escolar requiere cumplir con criterios exigentes. Sin embargo, una vez que lo logran, agricultoras como Heydi Ajú tienen acceso a un mercado confiable para sus cultivos.
La innovadora aplicación móvil de Gestión de Alimentación Escolar de WFP facilita la vida de los usuarios. Lanzada junto con el Ministerio de Educación de Guatemala y financiada por el Banco Mundial, la aplicación permite a las escuelas ordenar alimentos nutritivos, localmente producidos y culturalmente apropiados, directamente de agricultores confiables y certificados en su área. Actualmente, más de 500 agricultores y agricultoras en 840 escuelas la utilizan en todo el país.
Los agricultores pueden navegar por la aplicación y completar los pedidos enviados por las asociaciones de padres de las escuelas cercanas, ahorrando el tiempo que pasarían si tuvieran que visitar las escuelas para conseguir nuevos pedidos.
“A veces pasaba toda la mañana visitando algunas escuelas”, explica Ajú, quien también recoge alimentos de otros agricultores. “No podía visitarlas todas. Pero ahora, con la aplicación, nosotros y las escuelas podemos contactarnos, y podemos ofrecer nuestros servicios a cualquier escuela que los solicite”.
“El programa de alimentación escolar es la principal fuente de ingresos para nuestro hogar”, añade. “Nos ha ayudado a mantener a nuestra familia, incluso durante la pandemia, cuando todo en nuestro pueblo estaba cerrado”.
Ajú ha pasado de apoyar a una pequeña escuela, de tan solo 25 estudiantes, a brindar sus servicios en seis escuelas. Se ha hecho conocida por la calidad de sus productos y su buena relación calidad-precio, y tanto los padres como los maestros la han calificado como su principal proveedora.
Las comunidades que viven en zonas rurales, muchas de ellas compuestas por miembros de los 23 grupos indígenas mayas de Guatemala, enfrentan algunas de las tasas más altas de desnutrición del país. Casi la mitad de los niños menores de cinco años presentan retraso en el crecimiento, o baja estatura para su edad, cifra que asciende al 58 por ciento58% entre los niños indígenas. Guatemala tiene la tasa de retraso en el crecimiento más alta de América Latina y el Caribe, y la sexta más alta a nivel mundial.
Esto hace que las verduras frescas y nutritivas que los agricultores como Ajú proveen a las escuelas, sean aún más importantes.
“Aquí, las familias luchan todos los días para asegurarse de que sus hijos puedan comer. Incluso si buscas, no encuentras trabajo”, dice Mirna Miculax Marroquín, madre y presidenta de la asociación de padres de una escuela en Chimaltenango que recibe los alimentos de Ajú.
“Todo lo que les dan a los niños en la escuela siempre contiene las vitaminas, minerales que los niños necesitan”, añade Marroquín.
“El consumo de frutas y verduras ha aumentado gracias al programa de alimentación escolar”, dice Emy Cruz, monitora de campo del WFP que supervisa el programa en Chimaltenango “Creo que es una estrategia que nos puede ayudar a mejorar la salud alimentaria y nutricional de los niños en las escuelas aquí en Guatemala”.