Comunidades indígenas golpeadas por la sequía y la COVID-19 reciben asistencia alimentaria
La Sierra Nevada de Santa Marta en el norte de Colombia es la casa sagrada del pueblo indígena Arhuaco, y reconocida por la UNESCO como Reserva de la Biosfera para promover el desarrollo sostenible.
En las faldas de esta imponente cordillera, la más alta de una zona tropical, se encuentra el municipio de Pueblo Bello. Aquí se teje la historia de una cultura milenaria que, desde su cosmovisión, usos y costumbres, rinde tributo a la Madre Tierra y a sus riquezas naturales. Actualmente hay 340.000 miembros del pueblo indígena Arhuaco, y su número ha crecido en 12.000 desde 2005.
Y como en muchas partes del mundo, la pandemia de la COVID-19 los golpeó con dureza.
El líder comunitario Saúl Mindiola y su esposa Yoraima Navarro tienen tres hijos, entre ellos un bebé de 2 meses. Se encuentran entre las 420 familias de la reserva de Jimain que recibieron asistencia del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés), gracias al apoyo financiero de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
Rodeado de la belleza de su tierra ancestral, Saúl explica que la pandemia trajo graves consecuencias para la cría de animales y la agricultura. “El aislamiento nos limitó el acceso para ir hasta Valledupar a vender nuestros productos, para adquirir semillas, insumos y alimentos como sal, aceite y arroz", explica. “Esto también representó un problema para las condiciones de nuestras huertas de pancoger”.
Los impactos sociales, económicos y de salud de la COVID-19 se suman a los desafíos actuales que enfrentan los Arhuacos en esta región, incluida la fuerte sequía y la escasez de agua para la producción agrícola, debido al cambio climático.
El apoyo del WFP ha traido un alivio bien recibido por cientos de familias indígenas: “Recibir un bono de alimentos para traer este mercado hasta nuestras casas y recibir apoyo para mejorar nuestros medios de vida fue una gran ayuda para nosotros”, dice Saúl. Explicó cómo a cada familia se le dio un conjunto de elementos para establecer su huerta, con la asistencia técnica del WFP. Cada familia creó un espacio seguro y bien cercado, en donde podían maximizar la producción con fertilizantes y ocho variedades de semillas, incluidas zanahorias, cebolla, tomate, guindilla y cilantro.
Aticiney, otro miembro de la comunidad, destacó la importancia de este apoyo del WFP en un momento en que las condiciones climáticas extremas dificultan el cultivo y la cosecha de alimentos, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria y la supervivencia de su comunidad.
“Llegaron en un momento muy difícil y nos han ayudado a estabilizar nuestra economía a nivel familiar. Para nosotros no solo fue un regalo, sino que fue algo grandísimo. Logramos tener felicidad en la casa con los hijos”, afirmó Aticiney con una sonrisa en su rostro. “Nos preguntábamos si quizás eran unos dioses extranjeros, porque venir desde un lugar tan lejano y que precisamente nos hayan tenido en cuenta a nosotros no puede ser coincidencia”, agregó.
Aticiney dice que la comunidad se dio cuenta de la importancia de compartir la asistencia, sintiendo el deber de ayudar a otros miembros de la comunidad que no recibieron el mismo apoyo: “No todos en la comunidad tuvieron acceso a las raciones, pero entendimos que fue por los cupos reducidos que había, no porque haya una exclusión. Entre nosotros miramos cómo le echábamos la mano a ese vecino que no había recibido alimentos”.
Los esfuerzos del WFP en Pueblo Bello forman parte de su compromiso de apoyar la seguridad alimentaria y la nutrición de las comunidades más vulnerables afectadas por los efectos socioeconómicos de la pandemia, sin dejar a nadie atrás, dondequiera que se encuentren.