Resiliencia en la montaña: Un enfoque para salvar vidas y cambiar vidas

En lo alto de la Sierra de los Cuchumatanes, donde el viento frío acaricia los cultivos, las ovejas pastan entre piedras gigantes que a veces dificultan la siembra y limitan las cosechas. Allí, en paisajes que parecen sacados de otro rincón del mundo, viven comunidades invisibles tras la belleza natural, como Cumbre La Botija.
Detrás de esa postal se esconde una realidad silenciosa: escasez de agua, servicios de salud limitados, acceso precario a educación y poca disponibilidad de alimentos. El turismo se detiene en los miradores, pero más allá, en donde no llegan las cámaras ni los visitantes, las comunidades siguen enfrentándose a la montaña y la ayuda tarda en llegar.
En contextos rurales y vulnerables como este, el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés), en coordinación con el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS), ha implementado brigadas de nutrición que llevan apoyo esencial a las comunidades más remotas, que han permitido diagnósticos tempranos de casos de desnutrición, ofreciendo controles prenatales, entregando y brindando seguimiento de los suplementos de prevención y atención y consejería nutricional. En muchos casos, representan la diferencia entre la vida y la muerte.
Entre embarazos, lactancia y puerperio
Una joven madre de 24 años, de la comunidad La Botija, representa la resiliencia cotidiana. “Yo formo parte del grupo de ahorro y crédito ‘La Esperancita’. Nos reunimos en la casa de Doña Bernabé y ahí preparamos comida para vender. A veces hacemos hasta cien chuchitos, nos tardamos como tres horas. Se venden a tres quetzales cada uno. Mi hijo siempre está conmigo, nunca me separo de él.” Cocina, cultiva su huerto y, desde su primer embarazo, ha llevado su control con la brigada de nutrición que llega a la comunidad donde vive. Ha recibido acompañamiento durante la lactancia, el puerperio y ahora, nuevamente embarazada, continúa fortaleciendo sus prácticas de cuidado en un entorno donde el esfuerzo colectivo sigue siendo esencial para sostener la vida.
Una Emoción Agridulce: “Nunca me he separado de él”
Hoy, con cinco meses de gestación, continúa con sus labores mientras carga en la espalda a su hijo de un año y ocho meses, envuelto en una manta tradicional. Lo lleva cerca, como lo ha hecho desde que nació, mientras otro bebé crece en su vientre. “Estoy feliz, pero triste. Nunca me he separado de mi hijo, y ahora serán tres días lejos de él”, confiesa, pensando en el tiempo que pasará fuera de casa por el nacimiento de su nuevo bebé. Su primer hijo nació por cesárea y, por el corto intervalo entre embarazos, los médicos han indicado repetir el procedimiento.
El acceso al hospital desde su comunidad es un verdadero desafío: el trayecto requiere vehículos de doble tracción, y cualquier demora puede poner en riesgo su vida y la del bebé que está gestando. Ella y su esposo deben reunir dinero para pagar el transporte, siempre y cuando logren conocer con anticipación la fecha exacta del parto. En su comunidad existen parteras tradicionales —conocidas como comadronas— que podrían atender el parto, pero no cuentan con los recursos para asistir cesáreas.
Un diagnóstico oportuno que marcó la diferencia
Cuando su hijo tenía apenas 1 año y 3 meses, una brigada de nutrición lo diagnosticó en riesgo de desnutrición aguda. Ese diagnóstico oportuno marcó un antes y un después. En Guatemala, miles de niños menores de dos años enfrentan condiciones que amenazan su desarrollo. Aunque él no forma parte de las estadísticas de mortalidad infantil, vive en un entorno donde la vida se sostiene con lo mínimo. No fue descuido, sino consecuencia de las condiciones en las que vive su familia. Se confirmó que tiene retraso en el crecimiento moderado, una condición que afecta al 46.5% de niños y niñas en el país principalmente como resultado de la pobreza.
En lo alto de los Cuchumatanes, existen alimentos locales que podrían convertirse en una fuente de nutrición para muchas familias. Sin embargo, lo que hace falta es apoyo y capacitación para identificar cuáles pueden aprovecharse y cómo prepararlos. La falta de agua y de información limita que lo que sí produce la tierra se convierta en alimento para quienes más lo necesitan.
Las condiciones en estas comunidades —poca comida, agua recolectada en baldes y hervida como única fuente segura, higiene limitada, frío extremo y altitud— representan un desafío permanente para la salud.
Las brigadas de nutrición llegan una vez al mes a las comunidades rurales. Durante los controles, el personal no solo revisa el estado nutricional, también conversa con las personas. No se trata únicamente de dar charlas, sino de compartir formas prácticas de mejorar la alimentación con lo que ya se cultiva en el terreno.
De esta manera, poco a poco, se construye conocimiento desde lo local, reconociendo que la tierra ofrece lo necesario si se sabe cómo aprovecharlo. “Dijeron que echara un poquito de masa entre el frijol y eso le diera”, cuenta la joven madre; Su bebé aceptó la comida y logró subir de peso. Además, en la brigada recibió vitaminas, consejos nutricionales y orientación.
Esta madre ha aprendido con paciencia, aunque nunca tuvo acceso a la educación formal. Su historia refleja que lo que existe no es desconocimiento, sino una falta de oportunidades que se ha transmitido de generación en generación.
El riesgo de desnutrición persiste en zonas invisibilizadas
La historia de esta mujer, que enfrenta el riesgo de que su hijo —y el que lleva en su vientre— vuelva a tener el mismo diagnóstico, no por falta de conocimiento, sino por las condiciones en las que vive, es también la historia de más de 1.8 millones de mujeres que habitan en contextos rurales de Guatemala, según ICEFI, 2018.
Esta joven madre forma parte del Grupo de Ahorro y Crédito para el Empoderamiento de la Mujer “La Esperancita”, en la comunidad La Botija, Chiantla, Huehuetenango. El grupo es parte de los que son atendidos por el Proyecto Q’anil, financiado por la Fundación Howard G. Buffett, que busca fortalecer la resiliencia integrada, mejorar los medios de vida en comunidades rurales y mejorar las condiciones nutricionales de las mujeres que viven en estos municipios de Huehuetenango.