Llega a las zonas rurales de Ecuador el programa de comidas escolares que vincula a los agricultores locales como proveedores de productos
A Martha Solano le toma dos horas realizar el viaje completo para ir a trabajar cada mañana. Tiene mucho tiempo para reflexionar mientras el autobús avanza por los sinuosos caminos de montaña que la llevan al corazón de la zona rural de San Rafael, en la región nororiental de la provincia de Carchi en Ecuador, cerca de la frontera con Colombia.
Solano es profesora en la Unidad Educativa Carlos Montúfar, una escuela primaria a la que asisten 157 alumnos y es una de las escuelas en donde se implementa el programa de comidas escolares del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés).
"Muchos de nuestros estudiantes vienen a la escuela con hambre", explica. “Sus padres salen temprano para ir a trabajar y los niños a menudo se quedan sin comer hasta que regresan, ya entrada la noche”.
En Ecuador, el 21 % de los niños de 5 a 9 años y el 40 % de los de 10 a 14 años llegan a la escuela sin haber desayunado. En Carchi, la desnutrición crónica infantil alcanza el 23 %.
Los datos de WFP muestran que el 42 % de los estudiantes faltan a la escuela debido a enfermedades o dolores, a menudo debido a dificultades para acceder a alimentos nutritivos, mientras que sólo el 50 % de las familias ecuatorianas tienen acceso a alimentos nutritivos.
El año pasado, WFP, en coordinación con el Gobierno, lanzó un programa de comidas escolares que vincula a los agricultores como proveedores de sus productos a las escuelas en las zonas rurales con altos niveles de desnutrición y pobreza en Ecuador.
El programa se centra en estudiantes desde la primera infancia hasta la educación primaria.
Mediante este enfoque, las escuelas de las zonas rurales compran la producción de alimentos frescos a los agricultores locales. Así los estudiantes comen comidas nutritivas preparadas con ingredientes propios de la región, mientras que los agricultores tienen una fuente fija de ingresos.
“En sólo dos meses hemos visto cambios notables”, dice Solano sobre la iniciativa. "Los niños que alguna vez enfermaban regularmente ahora están recuperados y su rendimiento académico ha mejorado".
Este año, WFP pretende aumentar la provisión de comidas de 1.000 a 30.000 niños y niñas en 17 provincias.
Alimentos ancestrales
Solano reconoce que el éxito del proyecto depende del esfuerzo colectivo de toda la comunidad, incluidos maestros, padres, cuidadores y pequeños agricultores locales, a muchos de cuyos niños ella enseña.
"Nos hemos convertido en una gran familia, todos trabajando juntos por el beneficio de los niños", dice.
Ramiro Benavides, líder de la asociación de padres de Carlos Montúfar, es uno de esos pequeños agricultores.
"Cultivo una variedad de productos, incluidas plantas de ciclo corto como tomates, pimientos y cebollas, así como frutas de ciclo largo como aguacates, mandarinas y limones", dice.
“Somos afortunados de tener tierra fértil aquí y, como padres, contribuimos activamente proporcionando alimentos y preparando las comidas” .
Su dedicación subraya el espíritu de colaboración que impulsa la iniciativa, asegurando el bienestar de la comunidad escolar y al mismo tiempo reforzando los medios de vida de los pequeños agricultores.
A nivel nacional, el programa de comidas escolares adapta los menús de las cocinas escolares a las distintas regiones y a la abundancia de productos de origen local, mientras promueve el consumo de alimentos tradicionales y ancestrales.
Todas las semanas los menús se exhiben de manera destacada en la escuela para generar entusiasmo dentro de la comunidad por las próximas comidas. Los menús se planifican cuidadosamente con el apoyo y conocimiento de nutricionistas de WFP para garantizar que en cada comida se incluyan las cantidades correctas de proteínas, carbohidratos y otros nutrientes esenciales.
Toda la comunidad escolar está informada y participa activamente en este proceso de planificación.
“La diversificación de la dieta de los estudiantes garantiza que reciban una amplia gama de nutrientes esenciales vitales para su desarrollo físico y cognitivo, fomentando hábitos alimentarios saludables desde una edad temprana”, afirma la nutricionista de WFP, Fernanda Sandoval.
“Un estudiante se me acercó y me dijo: '¡Maestra, usted tenía razón!'”, recuerda Solano con una sonrisa. “Compartí con ellos los beneficios de las habas para la memoria y les conté cómo siempre las tenía cerca durante mis sesiones de estudio”, explica.
“Antes no me gustaban las habas”, recuerda que dijo el estudiante. “No quería comerlos. Solo sacaba malas notas y no entendía nada, pero decidí probarlos antes de una prueba y obtuve mejores resultados”.
Los programas de alimentación escolar ofrecen importantes beneficios y constituyen una excelente inversión: cada dólar gastado en comidas genera un promedio de US$ 9 en beneficios económicos.
Además, estos programas contribuyen a mejorar el rendimiento económico, y los estudios muestran un aumento promedio del 9 % en la asistencia a la escuela, al mismo tiempo que abordan las deficiencias nutricionales, reduciendo la prevalencia de la anemia hasta en un 20 %.
Solano está decidida a seguir haciendo la diferencia en las vidas de sus alumnos. Al mirar hacia el futuro, su visión es sencilla: que el programa de comidas escolares que compra productos locales continúe alimentando los corazones y las mentes de la próxima generación.
El programa de alimentación escolar que compra productos locales en Ecuador recibe apoyo financiero del sector privado de Japón, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la Fundación MasterCard, la Fundación Club de Leones y la Fundación Favorita en las provincias de Carchi, Chimborazo, Santa Elena. y Manabí. Además, WFP colabora con los gobiernos locales descentralizados, que también contribuyen a la financiación, y el Ministerio de Educación, esforzándose colectivamente por brindar oportunidades a través de una nutrición adecuada.