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Caminos ancestrales hacia la resiliencia climática en el Amazonas

Dalvis Ramos, líder indígena, comparte cómo las tradiciones ancestrales guían la resiliencia climática y la colaboración con el Programa Mundial de Alimentos en la Amazonía.
, Simona Beltrami

Para nosotros, los pueblos indígenas que vivimos en el extremo sureste de Colombia, la Amazonía lo es todo. Es nuestro hogar. Nos da el aire que respiramos y los alimentos que comemos. Es nuestra farmacia cuando enfermamos. La naturaleza siempre ha sido generosa con nosotros y, generación tras generación, hemos vivido en armonía con ella. La hemos defendido y cuidado como se cuida a un ser querido.

Pero vemos cambios. El año pasado sufrimos una sequía de una magnitud que no se había visto antes. Vimos cómo el majestuoso río Amazonas se reducía, dejando a las comunidades aisladas y a los pescadores con las manos vacías. Vimos cómo nuestros cultivos sufrían por la falta de agua. Vemos ahora cómo nuestras comunidades luchan y cómo un equilibrio milenario corre el riesgo de romperse.

Dalvis Ramos interactuando con un miembro de la comunidad. Foto: WFP/Simona Beltrami
Dalvis Ramos interactuando con un miembro de la comunidad. Foto: WFP/Simona Beltrami

Cuando me incorporé al Programa Mundial de Alimentos en junio de este año, lo hice porque quería ayudar a nuestras comunidades a afrontar estos cambios y a ser más resilientes. En mis documentos oficiales figura mi nombre, Dalvis Ramos, y así es como me conocen mis compañeros. Pero mi nombre ancestral, que me dieron los ancianos de mi comunidad Tikuna-Máguta, es Yûękü, que significa tigre que salta y deja huella, y esa es la huella que quiero dejar.

Provengo de una familia de líderes comunitarios y yo mismo soy un curaca, que es el nombre que damos a la autoridad tradicional que sirve de puente entre la comunidad y las autoridades estatales. Ahora pongo este rol al servicio del desarrollo sostenible y la asistencia humanitaria, para ayudar a llegar a los demás líderes y crear programas que sean culturalmente relevantes y aceptados por las comunidades locales.

La zona conocida como el Trapecio Amazónico, en el lado colombiano de la «triple frontera» entre Colombia, Brasil y Perú, está poblada principalmente por comunidades indígenas de los pueblos Tikuna-Máguta, Yagua y Cocama. El Programa Mundial de Alimentos trabaja actualmente con 26 de ellas. A algunas solo se puede llegar navegando río arriba y por sus sinuosos afluentes en lancha de motor, a veces durante horas. Las personas allí pescan, recolectan frutos del bosque y cuidan sus chagras, pequeñas parcelas familiares dentro del bosque donde cultivan una amplia variedad de productos, desde yuca hasta plátano, piña, cacao, hierbas medicinales y una gran variedad de frutas amazónicas. Esto lo hacen siguiendo prácticas ancestrales que respetan el bosque y garantizan la conservación de los ecosistemas que proporcionan alimento y refugio a la fauna amazónica.

Esta región tiene un enorme potencial. La tierra es fértil y nuestros productos son totalmente orgánicos. Tenemos frutas como la baya de açaí, que se considera un superalimento y es apreciada en todo el mundo. Sin embargo, las comunidades sobreviven más que prosperan. El sistema alimentario de la Amazonía está lleno de limitaciones, especialmente en lo que se refiere a la distribución. Los pocos mercados en los que podemos vender nuestros productos están a horas de distancia. No hay centros de acopio y muy pocas plantas de procesamiento son accesibles. Los requisitos burocráticos y sanitarios para la comercialización de productos alimenticios pueden ser desalentadores. Además, los cambios en los patrones climáticos también están poniendo en peligro la producción.

La buena noticia es que el Programa Mundial de Alimentos cuenta con la experiencia necesaria para ayudar a abordar todos estos retos. Puede ayudarnos a comprender cómo adaptarnos al cambio climático y facilitar el acceso a seguros relacionados con el clima. Puede proporcionarnos formación para manipular y almacenar nuestros cultivos de forma segura y obtener las certificaciones necesarias para comercializarlos. Puede fortalecer las asociaciones de productores y gestionar los vínculos con programas gubernamentales como los programas de alimentación escolar, que podrían abastecerse de alimentos nutritivos y culturalmente apropiados de origen local, lo que supondría un ahorro de dinero y beneficiaría a las comunidades.

Dalvis Ramos en la Amazonía colombiana. Foto: WFP/Simona Beltrami
Dalvis en la Amazonía colombiana. Foto: WFP/Simona Beltrami

Pero hay que hacerlo bien: en el momento adecuado, con el enfoque adecuado y el marco adecuado. Y ahí es donde entro yo. Facilito el acceso a los líderes comunitarios y, a través de ellos, a los miembros de la comunidad que, en última instancia, tienen el poder de decidir qué forma tomará nuestra colaboración. A través de nuestros intercambios con ellos, adaptamos y perfeccionamos nuestro enfoque para ajustarlo a la visión del mundo y las expectativas de aquellos con quienes trabajamos. Por ejemplo, una intervención que beneficiaría a individuos o familias individuales no funcionaría aquí. Aquí el pensamiento es colectivo, y los proyectos deben diseñarse para beneficiar a la comunidad en su conjunto.

Navegando por el Amazonas. Foto: WFP/ Simona Beltrami
Navegando por el Amazonas. Foto: WFP/Simona Beltrami

Estoy orgulloso del trabajo que hago, no solo porque fortalecerá nuestras comunidades, sino también porque va en la dirección que nos mostraron nuestros antepasados: asegurarnos de proteger nuestro hogar amazónico para que las generaciones futuras puedan disfrutarlo como lo hicimos nosotros.

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