Venezuela: Las comidas escolares y el sueño de ser bailarina
Frangil Cáceres regresó a Venezuela después de más de un año intentando una vida fuera. No es que no funcionara, es que “me hacía falta mi familia”. Ya de vuelta en su casa de toda la vida, en Ciudad Bolivia, Barinas, Frangil arregla uñas y cabello, compra y vende ropa, cría pollos para tener en casa y vender, da clases en la escuela local.
“Intentamos de todo. Yo quiero grandes cosas para mis hijos”, dice.
Sus hijos son dos. Una de ellas, Charlotte, tiene cinco años y por ella hemos llegado a esta casa. Las comidas escolares de WFP le corresponden cada mes, como a otro centenar de niños de la escuela donde estudia. Pero Charlotte ni siquiera nos ha visto entrar. Está de espaldas a la puerta, concentrada, de puntillas frente a un espejo, practicando la gran cosa que ella sueña para sí misma.
“Ella sueña con ser bailarina. No sé de dónde lo sacó, pero ya la ves”, cuenta Frangil. “A mí me encanta verla, pero también es duro. Las clases de baile son costosas, la ropa, todo. Pero ahí vamos… lo estoy intentando todo”.
Charlotte también. Todo lo que sabe lo ha aprendido sola, mirando videos en internet cuando hay electricidad y señal, que no es siempre. Durante esta conversación con su madre, la niña permanece sentada, con los pies en punta. En las pausas nos muestra su split y la falda que la madre le hizo fabricar con retazos de tela. Sonríe y baila ante la cámara como si lo hubiese hecho toda la vida.
“Al menos lo esencial, que es la comida, lo tiene garantizado”, continua su madre. “Me volvería loca si no... ¡tiene tanta energía! Con el resto yo me las invento”.
El programa de comidas escolares llega a las escuelas iniciales y de educación especial en Ciudad Bolivia, Barinas, desde mediados de 2021. Las raciones para llevar a casa buscan que familias como la de Frangil y Charlotte, su abuela y hermano, tengan una preocupación menos y una oportunidad más de “echar pa’lante”.
Ya lo hacen, de todos modos. Los alimentos son un poco más de combustible.