Forzada a reiniciar su vida dos veces
Para Leticia Bonivento, mujer de la etnia wayúu de La Guajira colombiana, fue doloroso, pero necesario, dejar Colombia décadas atrás. Grupos paramilitares asesinaron a su cuñado. Tuvo que suspender sus estudios universitarios y migrar hacia Venezuela con su esposo.
Hoy regresan a la tierra de sus ancestros, después de haber vivido en Maracaibo, la segunda ciudad de ese país. Llegaron a la ranchería Curarí, cerca a la ciudad guajira de Maicao donde su cuñada y su pueblo les abrieron los brazos a ella, a su esposo y a sus dos hijos.
"Nos recibieron con mucho cariño, abrazos y también llanto, pues hace 20 años ellos nos vieron partir buscando nuestros sueños," dice Leticia. "Hoy regresamos de nuevo, prácticamente con las manos vacías, dejando todo nuestro trabajo en Venezuela, y habiendo perdido a un miembro de nuestra familia."
Leticia es una mujer fuerte. Junto a su esposo ha sacado adelante su familia. A pesar de perder a su hija por enfermedad, se levanta todos los días a hacer lo que más le apasiona: encontrar negocios y nuevas oportunidades para asegurar el futuro de sus hijos.
Así fue durante muchos años su vida en Venezuela. "Trabajamos muy duro, fue muy fuerte al principio. Nos radicamos en Los Puertos Altagracia, cerca de Maracaibo, que es donde actualmente dejamos nuestras cosas y nuestras casas. Es allá donde la vida nos sonrió."
Recién llegada allá, comenzó a buscar el sustento para su familia con una venta de arepas de queso y carimañolas, "cosas que jamás había hecho, pero lo aprendí a hacer de una manera honesta y me ayudó a vivir dignamente. No teníamos todo, pero teníamos lo básico."
De la venta de arepas pasó a las comidas rápidas. Luego emprendió un negocio de frutas y verduras, para después pasar a vender carne y queso, productos de alto consumo en Venezuela.
Con un préstamo decidió que era el momento de comenzar a trabajar de otra forma. Su esposo consiguió un empleo y ella comenzó a distribuir productos. "Siempre me he caracterizado por vender hasta piedras, si me lo ponen en mis manos," dice orgullosa Leticia.
El ir progresando en tres meses de vendedora a asesora y luego a distribuidora de 30 cajas de productos les ayudó a mejorar su situación. "Ya no teníamos que vender comida en la calle porque teníamos algo más estable."
Leticia llegó a tener una tienda grande y bien surtida, mientras su marido tenía una fábrica de ladrillos y dos carros. Aparte de estar bien económicamente, estaban creando fuentes de trabajo.
El plan era trabajar duro "para tener una vejez tranquila con nuestros hijos y para que ellos tengan bienestar," comenta Leticia.
"Cuando cayó el país, cayeron también nuestros bienes."
¿A dónde vamos a ir?
La tienda se fue a pique, y dejaron de pagarles el alquiler de sus propiedades. "Cuando cayó el país, cayeron también nuestros bienes," lo cual forzó al matrimonio a decidir marcharse del país que les dio tanto. "Nos toca regresar a Colombia, pero ¿a dónde vamos a ir?"
Empacaron algunas de sus pertenencias, lo que cupiera en su carro. "No queríamos estar en las calles dando lástima. Y decidimos volver a la ranchería, a nuestra comunidad, a mi comunidad."
Fue doloroso dejar atrás a sus amigos y conocidos, y sobre todo al país que generosamente les había abierto sus puertas. "Dejamos todo, pero lo más doloroso fue dejar a mi hija allá enterrada; eso me dolió mucho," recuerda Leticia en medio del llanto.
"Si aquel país nos había sonreído, ¿por qué nuestro país no nos iba a sonreír?
Muchas manos extendidas
Leticia y su familia llegaron a la tierra de sus ancestros a través de una trocha o paso ilegal en la frontera colombo-venezolana. Solo se tenían a ellos y sus ganas de luchar. Tenían esperanza y el deseo de forjar un futuro mejor para sus hijos. Se preguntaba: "Si aquel país nos había sonreído, ¿por qué nuestro país no nos iba a sonreír? ¿Por qué nuestra gente no nos va a dar esa mano que nos dieron los venezolanos cuando llegamos a su país?"
El cruce no fue fácil, explica: "Lo poquito que traíamos lo dejamos prácticamente en la carretera pagando a los "mecateros", al grupo paramilitar. Ahí vi a muchos grupos irregulares, y había que pagarles para poder pasar."
Felizmente la experiencia al llegar a destino fue diferente. "En la ranchería nos esperaba nuestra familia con los brazos abiertos. Encontré una familia llena de cariño para mí, con las puertas abiertas, con mucha expectativa, con esperanza de surgir y muchas manos extendidas."
Leticia se dedicó a participar en todos los programas y actividades de su comunidad. Quería formar parte de nuevo de su etnia, de ser wayúu, y se ofreció a ayudar en lo que se necesitara.
"Para poder integrarnos de nuevo, nos tuvimos que adaptar al sistema. Si seguíamos solo añorando lo que tuvimos, no íbamos a ser felices. Hay que tratar de reír en medio de las circunstancias y seguir adelante".
Ya en tierra wayúu y después de más de un año de haber llegado, Leticia y su esposo administran una tienda y un pequeño almacén de repuestos para motos. El negocio de los ladrillos lo instalaron de nuevo y sus hijos están estudiando.
Los wayúu de la ranchería Curarí le han dado la mano a ellos y a más de 50 familias que suman alrededor de 300 migrantes entre venezolanos y colombianos. Incluso hay personas alijuna, es decir, personas que no pertenecen a la etnia wayúu pero a quienes reciben e integran como si fueran miembros de su clan.
Esta comunidad, que vive en medio del desierto guajiro, nos da una lección de solidaridad, y demuestra cómo se han beneficiado de la presencia de migrantes, quienes llegan con conocimientos que enriquecen su vida, su trabajo y su cultura.
Millones de personas han emigrado de Venezuela en los últimos años y mas de 1 millón se han quedado en Colombia. De éstos, el 90% no sabe de dónde vendrá su próxima comida.
WFP ha respondido a esta crisis migratoria con un plan que incluye la atención alimentaria de emergencia en departamentos colombianos fronterizos con Venezuela y con Ecuador. WFP también asiste a migrantes vulnerables en Ecuador, en la frontera con Colombia.