Cultivar para las escuelas: más ingresos y despertar con propósito
“Hay mucho que hacer. Venezuela nos necesita”, cuenta María Alejandra, una joven que, hace poco más de un año, lidera, coordina y motiva a quienes producen en la comunidad andina Jajó en Venezuela, para asegurar un suministro estable de alimentos frescos para el programa de comidas escolares del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP, por sus siglas en inglés).
En los Andes de Venezuela, la tierra es bondadosa con quienes siembran. De esta zona provienen gran parte de las hortalizas, frutas y verduras que llegan a los mercados, y más del 70% de los alimentos frescos que WFP hace llegar a 240 mil niñas y niños en escuelas del país.
El vínculo con WFP y el programa ha generado aportes importantes en la producción local durante el último año, señala María Alejandra. Los agricultores de la comunidad han diversificado y aumentado su producción, reduciendo las pérdidas en las cosechas y aumentando las ganancias. Más familias tienen ingresos estables. “Si antes sembrábamos seis mil matas, ahora sembramos el doble para poder cumplir con la demanda del programa y cubrir también los mercados locales. Sembramos ahora cosas que antes no considerábamos porque no tenían salida... ahora sí”.
Hoy día, son más de 400 los productores de alimentos que están en el origen de la cadena de suministro para las escuelas. Cada productor aporta al menos uno de los rubros —como zanahorias o cebollas— o variados en pequeña escala, y que luego entregan a otros productores de la zona. Estos últimos lideran la coordinación y acopian toda la producción para entregar a pequeñas empresas que WFP contrata para recoger, almacenar y llevar la comida hasta las escuelas. Esa relación es mucho más que comercial. Lo más importante es que sea una cadena sólida, estable, que funcione con o sin WFP.
Del campo a las redes
En Jajó, María Alejandra Barrueta promueve las flores que venden sus vecinos y las frutas que otra familia lleva al mercado cada fin de semana a través de su cuenta de TikTok. Por medio de sus videos, invita a la gente de Jajó y de otras comunidades a comprar y consumir lo que viene de allí.
Desde que WFP inició en 2023 con la modalidad de plato servido en más de 1.600 escuelas de educación inicial y primaria, el negocio familiar de María Alejandra y de otros 50 productores locales de su comunidad, incrementó al menos en 40% en producción y ventas. “Eso nos hace levantarnos más temprano todos los días a trabajar, ahora que sabemos también a dónde va todo lo que producimos”, comenta Ricardo Guillén, productor de la comunidad con una sonrisa de orgullo en su rostro.
En Venezuela, WFP compra alimentos de productores para distribuir en escuelas de ocho estados del país. Esta relación implica, además de fortalecer la cadena desde la calidad e higiene hasta optimizar procesos y rutas, mejorar las cocinas escolares y asegurar que llegue alimentos frescos a las mesas de las escuelas.
¿Qué significa esto en perspectiva?
Este no es el único caso. En países como Guatemala y Honduras, según un estudio de WFP y CEPAL, se muestra cómo este modelo transforma economías locales: por cada mil toneladas métricas de alimentos comprados localmente, alrededor de 310 agricultores ven incrementado su margen bruto anual en 1.865 dólares (equivalente a 2.4 veces la línea de pobreza internacional) y se generan unos 190 empleos a tiempo completo cada año.
En el último año, WFP ha comprado localmente unas 2.880 toneladas de alimentos frescos en Venezuela. Siguiendo el patrón observado en otros países, esto podría significar que cerca de 500 empleos generados a lo largo de esta cadena, entre el campo y las escuelas venezolanas.