Plaga de ratas provoca crisis alimentaria en Nicaragua
La quema de bosques dejó sin guarida y sin alimentos a las ratas, quienes a su vez devoraron los cultivos
Waspam, Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN), Nicaragua. --Este año floreció el carrizo, una planta tropical que crece en el Río Coco, ubicado en la zona noreste de Nicaragua. Para las comunidades indígenas Miskitas que habitan a lo largo del río, esta era una señal que anunciaba desgracias.
"El carrizo florece y da semillas cada 30 años. Cuando eso pasa siempre trae desastres", asegura Juan Briceño, un maestro de la pequeña comunidad Siksayaris, ubicada a unos 610 kilómetros de Managua, la capital del país.
"Las ratas vinieron y se comieron todo. Exterminaron nuestra comida", agrega mientras recuerda que los roedores no solo arrasaron los cultivos sino también invadieron las chozas en donde destruyeron ropa y lo que encontraron a su paso. El 97por ciento de los cultivos de arroz, 50 por ciento de maíz y 30 por ciento de yuca (tubérculo) fueron devorados por las ratas en la zona de Río Coco Arriba. Catorce comunidades quedaron sin alimentos. El Gobierno de Nicaragua declaró Estado de Desastre del municipio y solicitó el apoyo del PMA para atender a las familias indígenas.
Contrario a la creencia de los Miskitos que habitan la zona de que la invasión de ratas fue ocasionada por el florecimiento del carrizo, las autoridades del Ministerio de Agricultura consideran que éste fenómeno fue originado por un incendio que "devoró" una parte del bosque tropical que dejó sin guarida y alimentos a los roedores. Cuando una misión de evaluación de daños organizada por Naciones Unidas llegó a las comunidades del río encontró que la presencia de ratas era seis veces más alta que el límite permisible.
"Los ratones se comieron el arroz. Se metían a los sacos de ropa y les hacían hoyos. También nos atacaban. (Ahora hay) mucha hambre", aseguró Venancia Eleck, de 36 años. Junto al resto de las mujeres de la comunidad Puswaya, esta madre de cinco niños que solo habla la lengua local, el miskito, recibe en la escuela las raciones de maíz, frijoles, cereal fortificado y aceite vegetal que el PMA, en coordinación con el Ministerio Agropecuario y Forestal, está proporcionando a 4,450 personas en 14 comunidades a lo largo del río Coco.
Los alimentos llegan tras un recorrido de 750 kilómetros
Los alimentos han llegado a las comunidades después de recorrer 750 kilómetros desde las bodegas del PMA ubicadas al otro extremo del país. Recorrieron 270 kilómetros por tierra en caminos en mal estado y 330 kilómetros navegando por el río en pequeños botes de un metro de ancho. La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) ha sido un importante donante para el PMA para cubrir los costos del transporte.
Los miskitos son un pueblo nativo que preserva su lengua y tradiciones culturales. Les llaman "los hijos del río", por habitar en pequeños caseríos a todo lo largo del río Coco, que es el más largo de Centroamérica. Los fogones han permanecido apagados durante mucho tiempo. Las familias han sobrevivido alimentandose de frutas silvestres, plátanos y caracoles que extraen de pequeñas quebradas.
"Los plátanos y caracoles no son suficientes para todos", asegura el profesor Briceño. "Es como tener una competencia entre las familias para conseguir qué darle de comer a los niños".
Briceño forma parte de los líderes comunitarios que apoyan al PMA en organizar a las comunidades para recibir los alimentos que llegaron a aliviar el hambre. Pero hay que salvar el obstáculo más grande en el trecho más complicado del río: los raudales. Los largos y angostos botes transportan un máximo de 2 toneladas métricas de alimentos y no pueden pasar los raudales con toda la carga porque corren el riesgo de volcarse o estrellarse contra las rocas.
"Si los botes sufren accidentes, el alimento se va al fondo del río y con ellos también los tripulantes", dice Santiago Tablada miembro del equipo del PMA que está a cargo del transporte y distribución de los alimentos.
La solución no fue sencilla para nadie: se descarga la mitad de los alimentos de los botes antes de llegar al raudal y unos 60 comunitarios los transportan sobre la espalda, hombros o en la cabeza casi 2 kilómetros en medio de la selva hasta el extremo donde el caudal del río recupera la calma. La lluvia no ayuda mucho. El avance es lento y el lodo, que llega hasta los tobillos, muy resbaladizo. Los miskitos avanzan en fila india, saltando árboles caídos, espantando los insectos y cuidando su preciada carga de alimentos. Los botes atraviesan los rápidos halados por cables y esperan la carga al otro extremo.
Los gemelos de Siksayaris
Mientras Justina Henri, de 30 años, se encontraba en la quebrada buscando caracoles para alimentar a sus hijos, el más pequeño de estos, Kesler de 18 meses moría en la choza de palma, acompañado por su hermana de 5 años. Su hermano gemelo Kesner logró sobrevivir.
El pequeño Kesler había presentado fiebre y vómitos y no tuvo oportunidad de recibir atención médica. Igual que el agua potable y la electricidad, los servicios médicos y las medicinas son inexistentes en estas comunidades. La diarrea y las enfermedades respiratorias y de la piel abundan en las aldeas. Unido a esto, el hacinamiento, la insalubridad ambiental y la falta de alimentos en los hogares detonaron una crisis que los miskitos achacan a designios divinos más que a la pobreza y marginación en que sobreviven.
En la choza de Justina, como en la mayoría de casas de la comunidad Siksayaris, solo hay un banco de madera, dos tablas que sirven de cama y unos cuantos platos y vasos plásticos. Como ella y los cuatro hijos que le quedan, el resto de mujeres y niños del río Coco visten ropas muy gastadas y están descalzos. Los zapatos, al parecer, son un lujo destinado para los hombres. El sol intenso se alterna constantemente con la lluvia copiosa; el calor y la humedad son desesperantes. Por las noches la oscuridad y el silencio se apoderan de las aldeas y los insectos se ensañan con los "Hijos del Río".
A un kilómetro de distancia de la casa de Henri otros dos niños murieron tres meses atrás. Los gemelos Isaac e Isail Taylor encontraron muy pocas oportunidades en sus seis meses de vida. Su madre, Magdalena Godoy, de 26 años dice en lengua miskito que no salía leche de sus pechos para alimentarlos. A sus 26 años, luce muy delgada, está demacrada y tiene ojeras en su rostro. "Los gemelos estaban muy enfermos. Lloraban mucho y desde hacía días ya no orinaban. Su madre no tenía medicinas ni comida para darles", traduce el profesor Briceño.
La zona del río Coco ha sufrido en los últimos 17 años 12 fenómenos naturales, entre ellos siete huracanes y cinco tormentas tropicales. Sin embargo, el abandono en que están sumidas estas comunidades parece ser la plaga más devastadora que han enfrentado los miskitos durante toda su existencia.
"Es una zona de mucha marginación, de difícil acceso, con viviendas vulnerables y en mal estado, con presencia mínima de las instituciones públicas, hay mucha deforestación y poca atención al desarrollo. Los problemas estructurales son muchos", dijo recientemente el director de la oficina de atención de desastres del gobierno nacional, Gerónimo Giusto al describir la zona del Río Coco.
Mientras tanto, en el río 26 pequeños botes rústicos de un metro de ancho comienzan la segunda distribución de alimentos para las familias indígenas. Rodenticida para el control de las ratas y semillas de maíz y frijoles para la rehabilitación agrícola también están en camino.