Opinión: Un año después del huracán Stan, todavía no estamos preparados
El Director Regional del PMA hace una reflexión sobre nuestra preparación para enfrentar futuros desastres
Si hay una tendencia dominante entre la comunidad humanitaria de hoy, es que América Latina debe aprender cada vez más a valerse por sí misma. En otras palabras, los problemas humanitarios que enfrentamos en el continente ya no son el centro de atención.
Estas son malas noticias para los pobres que viven en el hemisferio occidental. Tanto los ciudadanos como sus gobiernos deben hallar formas de aumentar su autosuficiencia para enfrentar amenazas futuras al bienestar humano. Este hecho no puede ser más claro y evidente que en los retos que enfrentamos a causa de los desastres naturales.
El primer aniversario del impacto causado por el huracán Stan en América Central a principios de octubre de 2005 nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el tema y tomar las medidas necesarias para mejorar la rapidez con que respondemos a las emergencias. La muerte y la desvastación provocadas por Stan nos enseñaron que no podemos seguir haciendo las cosas como las hemos estado haciendo hasta ahora.
El Huracán Stan nos mostró la poderosa furia destructiva de la Madre Naturaleza. Solamente en Guatemala, más de 1.5 millones de personas fueron directamente afectadas y hubo un total de 669 muertes. A otras 1,400 personas se les considera desaparecidas y se presume que están muertas. En Haití, solo una persona murió, pero el 45 por ciento de la zona ganadera y el 65 por ciento de las cosechas fueron destruidas. Honduras, Nicaragua, El Salvador y México también fueron duramente golpeados.
Cuatro millones afectados en la región cada año
Sin embargo, los daños causados por Stan representan tan solo una pequeña fracción del sufrimiento causado por los desastres naturales el año pasado. Se estima que en promedio unas 4 millones de personas en América Latina y el Caribe son afectadas por hasta 40 desastres cada año que causan aproximadamente unas 5,000 muertes y pérdidas económicas por unos US$3,200 millones. Las posibilidades de obtener ayuda internacional no son alentadoras.
Esto se convierte en una dura realidad en momentos en que el cambio climático y las fluctuaciones en los patrones meteorológicos –de las cuales ni los países ricos se salvan—causan graves perjuicios a los más pobres en la forma de huracanes, inundaciones, sequías y heladas.
El número de desastres naturales se ha cuadruplicado de 100 en 1975 a 400 en 2005Banco Mundial
El Banco Mundial estima que el número de desastres naturales se ha cuadruplicado de 100 en 1975 a 400 en el 2005. No solo la carencia de seguros básicos para superar este aumento de fenómenos climatológicos afecta a los pobres de nuestros países. Con frecuencia desastres naturales ocurridos en años anteriores y la pobreza extrema se combinan para debilitar aún más a los pobres, lo que les hace practicamente imposible reconstruir sus vidas.
El desafío para los países latinoamericanos es crear los mecanismos y desarrollar las capacidades que faciliten una pronta y eficaz respuesta a una crisis humanitaria que permita a sus ciudadanos recobrarse del duro golpe. Aún cuando la ayuda externa será siempre bienvenida, hay mucho que podemos hacer por nosotros mismos.
Un red integrada para la preparación y respuesta a las emergencias
Por ejemplo, varios países tienen acuerdos bilaterales para asistirse recíprocamente en caso de desastres, particularmente mediante la provisión de medios de defensa civil. Podemos llevar esto mucho más allá. El año pasado el Programa Mundial de Alimentos (PMA) inició una Operación Especial, financiada por los Estados Unidos y España, que no solo echa las bases para la creación de depósitos regionales humanitarios, sino que también establece una red regional integrada para la preparación y respuesta durante emergencias para los gobiernos participantes, agencias de Naciones Unidas y organizaciones no gubernamentales.
Aparte del establecimiento de los centros regionales humanitarios, el objetivo es crear una estructura de apoyo auto-dependiente y confiable que se nutra de las capacidades ya existentes en la región. El costo anual de esta operación es modesto ya que incluye el compartir información, coordinación, entrenamiento y el desarrollo de capacidades, así como el mantenimiento de equipos. El PMA aún está a la espera de surjan promesas de proveer financiamiento.
Otra importante área de enfoque consiste en garantizar que las futuras víctimas tengan la capacidad física y mental para sobrevivir y reconstruir después de una catástrofe. El modo más eficaz de lograrlo es que los gobiernos participen de los esfuerzos encaminados a eliminar la lacra de la desnutrición infantil que con frecuencia daña el desarrollo físico e intelectual, dejando a sus víctimas incapacitadas para enfrentar debidamente sus futuros desafíos.
El punto es que la región latinoamericana está cada vez más dispuesta a recogerse las mangas y enfrentar los enormes desafíos que tiene por delante.
Esta tendencia hacia la auto-suficiencia no sólo es necesaria e impuesta sobre nosotros, sino que es una tendencia bienvenida que nos servirá en la región en los años venideros.