Opinión: Nivelando el terreno de juego para 400 millones de niños y niñas
Nuestros niños y niñas están creciendo en un mundo crecientemente competitivo – uno en el cual la carrera para llegar a la cima empieza más temprano que nunca.
En el Japón y la mayor parte del mundo occidental, los niños y niñas a muy temprana edad toman pruebas estandarizadas que pueden marcarles el paso para el resto de sus vidas; en algunos casos, esas pruebas de fuego para el futuro se dan a una edad tan temprana como son los cinco años.
Como padres de familia, hacemos lo indecible para ayudar a nuestros hijos a pasar por tan riguroso proceso. Algunos de nosotros gastamos fuertes sumas en educación privada. Otros se mudan de casa para tener acceso a las mejores escuelas. Y allí no se detiene el esfuerzo – tutorías, clases de repaso, lecciones de música, estudios en el extranjero, pruebas de Coeficiente Intelectual (CI) – se hace todo lo que se puede para darle al hijo o hija esa ventaja adicional.
En el mundo desarrollado también nos preocupamos por la nutrición adecuada de nuestros niños y niñas y por el ejercicio que aleje de ellos los peligros de la obesidad. Pero, mientras nos contentamos con hablar acerca de cuerpos sanos creando mentes sanas, hace mucho que no tenemos que preocuparnos de que nuestros hijos e hijas tengan poco o ningún alimento.
Desafortunadamente, la malnutrición es un tema candente para unos 400 millones de niños y niñas en los países más pobres. No se trata ‘solamente’ del problema de que un niño o una niña padezca hambre, esté bajo peso, no tenga salud o esté físicamente retardado en su crecimiento debido a la malnutrición. Es que los investigadores han documentado hace poco que los niños y niñas que están malnutridos ahora tenderán a crecer con unos coeficientes intelectuales significativamente más bajos que los de aquéllos que están bien alimentados, lo cual les sitúa, de salida, justamente por detrás del punto de partida en nuestro mundo tan competitivo.
Los niños desnutridos tenderán a crecer con coeficientes intelectuales más bajos que los de niños bien alimentadosJames Morris
Investigaciones efectuadas recientemente en Chile han establecido un vínculo directo entre el volumen del cerebro y el Coeficiente Intelectual: dicho de manera sencilla, mientras más grande es el cerebro, más alto es el Coeficiente Intelectual. Puesto que el 70 por ciento del crecimiento de nuestro cerebro ocurre durante los primeros dos años de nuestras vidas, las investigaciones chilenas indican que la malnutrición a temprana edad probablemente ejercerá un efecto devastador sobre el desempeño mental posterior.
Hay numerosos otros estudios que indican que la malnutrición temprana puede tener efectos duraderos sobre la capacidad de un niño o niña de aprender. Un proyecto de investigación británico que examinó a 5 mil personas nacidas en 1946 reveló que aquéllos con bajo peso al nacer sufrieron dañinos efectos sobre su capacidad intelectual durante su niñez y adolescencia, lo cual influyó sobre su desempeño escolar y admisión a la universidad.
Podemos añadir a tal realidad el hecho de que millones de los niños y niñas más pobres –especialmente en Níger, Bangladesh, Guatemala, Haití o Bolivia—jamás irán a la escuela porque en sus hogares se necesitan sus manos para trabajar y sobrevivir. Otros niños y niñas pobres podrán ir esporádicamente a la escuela, o ir con sus mentes puestas en su próximo alimento, en vez de en lo que les dicen sus maestros. Habiéndose disipado así su última oportunidad de escapar de la pobreza, todos perdemos el potencial de otra generación más.
No hay nada de malo en desear lo mejor para nuestros propios hijos; no sería natural desear lo contrario. Pero, la próxima vez que usted actualice el ordenador portátil de su hijo o hija o pague por esas sesiones adicionales de tutoría, reserve un pensamiento para los millones de niños y niñas cuyos dedos jamás tocarán un teclado – niños y niñas que serán muy afortunados si al menos logran alfabetizarse y aprender matemáticas básicas.
El 16 de octubre es el Día Mundial de la Alimentación, una ocasión propicia para recordar a los 850 millones de personas que padecen hambre en nuestro mundo y para recordarnos a nosotros mismos que, tras décadas de estar en descenso, la cantidad de estas personas está realmente creciendo desde mediados de los años 1990. El hambre todavía mata a más personas que la combinación del SIDA, la tuberculosis y la malaria. Esta realidad es sencillamente inaceptable en el siglo 21.
Usted y yo podemos marcar la diferencia. Hay más que suficientes alimentos en el mundo. Por ejemplo: tras satisfacer las necesidades nutricionales de la población, en Italia sobrarían suficientes alimentos para toda la población sub-nutrida de Etiopía; en Francia, los alimentos sobrantes podrían alimentar a todos los que padecen hambre en la República Democrática del Congo; y, en los Estados Unidos, tales excedentes cubrirían a todos los que padecen hambre en el continente africano.
La Asistencia Oficial al Desarrollo ha estado aumentando en forma sostenida durante varios años y actualmente suma más de 100 millardos de dólares de los Estados Unidos. Podemos darnos el lujo de ayudar, pero primero debemos desarrollar una política alimentaria, pues la pobreza no se puede eliminar hasta que no desaparezcan el hambre y la malnutrición. Una manera de empezar sería impedir que el hambre les robe las esperanzas a los niños y niñas.
Trabajemos juntos durante este año para ayudar a erradicar el hambre de los niños y niñas – mediante intervenciones sencillas tales como los programas de salud y nutrición materno-infantil y las comidas escolares que incrementan la matrícula y la asistencia a clases. Frente a tantos retos como enfrentan estos niños y niñas, al menos permitámosles a ellos y a sus hijos e hijas que partan de la meta - corriendo.