Opinión: Actitud y acción contra la violencia de género y la impunidad
Por Sheila Sisulu
La vida de Annie era buena: había estudiado agricultura en una universidad y su esposo era un mercader de oro y diamantes. Vivían junto a sus hijos en una casa de cuatro habitaciones ubicada en Bukavu, en la frontera oriental de la República Democrática de Congo (RDC). Sí, había vivido bien. Es decir, hasta que su esposo tuvo que huir para proteger su vida y ella fue víctima de violación por parte de cinco de los soldados gubernamentales que buscaban a su esposo. Le advirtieron que la matarían cuando volvieran.
Annie no esperó, tomó a sus hijos y se fue en busca de paz y seguridad. Antes de encontrarla, sin embargo, la detuvo una emboscada de los rebeldes y la violaron sexualmente con botellas. Solo después de esto llegó a un campamento para refugiados, en donde en una casa de barro y duerme en el suelo con sus nueve hijos desde hace un año.
La historia de Annie es demasiado conocida. Cambian los rostros, varían los detalles y el idioma en el que se narra puede ser distinto, pero hay una constante: es la violencia que se enfoca específicamente hacia las mujeres y niñas.
Hay violencia de género en todos los países, en todos los continentes. Mas en los países en desarrollo en donde hay conflictos, la violencia hacia las mujeres abunda. Sus perpetradores no se detienen ante la edad ni el estatus. Solo consideran el hecho de que sus víctimas son mujeres.
Hacia las mujeres y niñas se enfocan intencionalmente los actos violentos porque se las identifica como las madres de las futuras generaciones de la comunidad o grupo étnico que está siendo atacado. Durante la guerra civil en Liberia, que duró 14 años, un 40 por ciento de la población femenina fue violada. Hoy, casi la mitad de las mujeres liberianas vive con las heridas duraderas causadas por la violencia y los objetos que se usaron contra ellas, eso sin mencionar siquiera las profundas cicatrices psicológicas. Muchas de estas mujeres hoy viven del único medio que tienen –el sexo de transacción– que las expone a más violencia e incrementa las posibilidades de que contraigan enfermedades como el VIH/SIDA.
La violación, tortura y esclavitud sexual sistemática ha sido utilizado para suprimir, aterrorizar y desestabilizar a comunidades en todo el mundo, desde Haití hasta la RDC y Myanmar. Durante la larga y cruenta guerra civil de Sierra Leona, miles de mujeres y niñas, algunas hasta de siete años, fueron secuestradas para convertirlas en esclavas sexuales. Otras fueron obligadas a ser soldados, a matar y a cometer crímenes atroces. Muchas tuvieron que hacer ambas cosas.
Es triste saber que la violencia contra las mujeres y las niñas no está confinada a los tiempos de guerra. Para muchas niñas, esa violencia inicia al nacer, con el infanticidio femenino. O, para 6,000 niñas cada día, esa violencia empieza con la mutilación genital femenina, una práctica cultural en muchas partes del mundo, pero particularmente en África. Esta primera experiencia a menudo presagia una larga historia de abusos y violaciones: en algún momento de su vida, al menos una de cada tres mujeres ha sufrido abuso físico o sexual – matrimonio infantil forzado, secuestro y tráfico, prostitución obligada, violencia doméstica, discriminación legal, explotación de viudas. Si las mujeres son jóvenes o están embarazadas, aumenta el riesgo de sufrir ataques severos, sostenidos y repetidos.
Es imprescindible desenraizar y erradicar los factores que contribuyen a engendran la violencia, que son la pobreza, la ignorancia y el hambre.Sheila Sisulu
¿Cómo puede ser que, a siete años de haber iniciado un nuevo mileno, cuando la humanidad ha logrado alcanzar vertiginosas cimas en la ciencia, la tecnología y el pensamiento racional, continúan sin posibilidades de acabar estos aberrantes y primitivos abusos? Acabar con la violencia también significa acabar con la impunidad de quienes la cometen pero, en muchos lugares, los violadores y abusadores caminan libres de castigo y vilificación. Para cambiar esta realidad – y hay que cambiarla – las sociedades deberán cambiar. Las normas culturales, políticas, económicas, religiosas y de conflicto deben todas examinarse y escrutinio utilizarse para enviar el mensaje de que la violencia contra las mujeres y las niñas es inaceptable. Hay que emprender iniciativas específicamente enfocadas hacia la protección de los derechos, de los cuerpos y de los mañanas de las mujeres - y hay que estimular las iniciativas que ya existen. Ante todo, sin embargo, es imprescindible desenraizar y erradicar los factores que contribuyen a engendran la violencia, que son la pobreza, la ignorancia y el hambre.
El PMA trabaja para este fin. Su larga práctica de poner la asistencia directamente en manos de las mujeres no solamente las empodera, sino que también logra que la alimentación llegue a quienes más la necesitan, como lo demuestra nuestra experiencia. El PMA también ofrece alimentos junto con capacitación y educación para las mujeres y las niñas. En Bangladesh, las mujeres aprenden acerca de sus derechos, así como nuevas destrezas que las harán menos dependientes y, por consiguiente, menos vulnerables. Con esas destrezas, las mujeres son también menos susceptibles de recurrir al sexo de transacción.
En Liberia y la República Democrática de Congo, el PMA les brinda alimentos a las supervivientes de abuso basado en género, quienes pueden entonces quedarse en el hospital el tiempo necesario para recuperarse plenamente. En Afganistán y en otros lugares, las niñas pueden ir a la escuela durante un número fijo de días para recibir alimentos en la escuela y llevar también raciones de vuelta a sus familias. La educación ayuda a las niñas - y también a los niños - a romper la trampa de la ignorancia y de la pobreza en donde prolifera el abuso físico.
Con la ayuda y el apoyo de la comunidad internacional, los gobiernos pueden hacerse responsables y rendir cuentas acerca de sus políticas y prácticas diseñadas para proteger a las mujeres, y se pueden coordinar los esfuerzos de las organizaciones locales de mujeres, la policía o las fuerzas de seguridad. Pero, más importante aún, es que se pueden cambiar las actitudes. Hay un desafortunado sentimiento de resignación hacia la violencia de género, un sentido de que "estas cosas suceden", pero en su génesis, lo que la genera es la permisividad. Es la resignación lo que fomenta la impunidad de los perpetradores y lo que solamente logra poner a más mujeres y a más niñas en peligro. Sí, es cierto que estas cosas suceden. Pero no tienen ni deben, suceder. Hay que actuar hoy.