NICARAGUA: La crisis toca puertas en el campo (La Prensa, primera entrega)
La esperanza de recibir ayuda económica de parte de familiares en el exterior empieza a esfumarse en algunas zonas del país. En San Bartolo, comunidad rural de Quilalí, las mesas de los hogares empiezan a estar vacías. Las remesas que llegaban cada cierto tiempo están llegando a cuentagotas, los estómagos empiezan a sufrir con la escasez.
SAN BARTOLO Y QUILALÍ.
(2 de marzo de 2009) –Su rostro refleja preocupación y sufrimiento. Laura Moreno carga una cruz a cuestas. Debe cuidar de sus nietos Erick (20 años) con parálisis cerebral y Jorge Luis (12 años). Es muy pobre y depende en gran medida de lo que su hija Modesta Ramírez Moreno le manda desde Costa Rica, a donde llegó poco antes del terremoto del pasado 8 de enero, huyendo de los riesgos que vivía en El Salvador.
Modesta no ha logrado conseguir un empleo fijo en Costa Rica y los efectos no se han dejado de sentir en su familia que hace dos meses no recibe dinero. En El Salvador, la hija de doña Laura ganaba 150 dólares como cocinera, y de éstos le enviaba entre 70 y 80 cuando podía.
Hoy, en la humilde vivienda de adobe, de dos estancias, los muebles, la ropa, la comida y los medicamentos escasean. Erick pasa largas horas sentado en su silla de ruedas. No puede moverse solito, su abuela debe hacerlo. Su cuerpo pequeño no se desarrolló, se asemeja al de un niño anquilosado.
"Sufrimos todos. Estamos comiendo poco o mal comidos. Cuando consigo compro cuando no, no", se lamenta la abuela que debe atender a Erick, pues requiere medicamentos para no convulsionar, y a Jorge Luis, quien asiste al tercer grado, y a donde su abuela lo envía en chinelas y sin uniforme porque no hay plata para comprarle.
"Pero ser pobre no es para que ande en la delincuencia", sentencia esta señora de 57 años, quien habita en la comunidad de San Bartolo, a 22 kilómetros del municipio de Quilalí, departamento de Nueva Segovia.
"Ahí va con chinelas, tal vez hasta prestadas. Aquí no toda la gente tiene la misma situación. Nosotros tenemos dificultades, no tenemos a donde sembrar y el que tiene la alquila en 1,500 ó 2,000 pesos (córdobas). (El año pasado) la cosecha se ahogó, entones si yo consigo cien pesos corro a comprar comida para los niños, aceite, azúcar, arroz… pero todo es caro", se duele Moreno.
El municipio de Quilalí —según el Mapa de Pobreza Extrema Municipal, elaborado por el Instituto Nacional de Información de Desarrollo (Inide) en base al Censo de Población de 2005—, está clasificado como un municipio con pobreza alta. El 51.9 por ciento de la población entra dentro de esa categoría.
La crisis empieza a golpear en la zona rural del país. Los efectos de la merma de las remesas familiares ya empiezan a ser notorios en los humildes hogares de esta zona, donde las familias apenas ajustan para adquirir frijoles y maíz, y escasamente arroz.
A la situación ha contribuido la mala cosecha del año pasado, cuando los cultivos de granos básicos se ahogaron con tanta lluvia. “Aquí todo está difícil, trabajo no hay, para uno que vive en esta miseria en este país s duro”, señala Moreno, residente en la zona tres de San Bartolo.
En la cocina de doña Laura únicamente hay una pequeña olla con frijoles cocidos y una cebolla. Aunque ella dice que comen los tres tiempos arroz y frijoles, lo cierto es que el arroz no se ve por la humilde cocina. Aunque en la casita hay algunas gallinas y sembrado tiene una patastera y frijoles en vainas que complementan el alimento familiar.
ESCUELA, TERMÓMETRO DE CRISIS
La escuela de San Bartolo queda a pocas cuadras de la vivienda de Moreno. Es una escuela donde imparten primaria, incluyendo la primaria extraedad en dos turnos: matutino y vespertino. Aquí estudian 510 alumnos de las siete zonas en que se divide el pueblo a quienes les imparten clases 18 profesores.
La profesora Ángela Suyapa Martínez Castellano, subdirectora de la escuela Ernesto Cardenal Martínez, en San Bartolo, está clara de la difícil situación económica que vive su comunidad. Señala que cuando ocurren las deserciones escolares hacen visitas casa a casa y se han encontrado que los niños dejan de ir a clases por "extrema pobreza, porque ellos (los padres) se van por deudas, por las bajas cosechas que no se dieron como ellos querían (…) tienen que pagar préstamos a las microfinancieras y al no cosechar lo que se espera entonces tienen que emigrar a vecinos países que dan más empleo, dejan a sus hijos para pagar esas deudas y tener una mejor sobrevivencia".
Martínez señala con acierto que "la economía de este país no presta las condiciones para los que no tienen tierras, no hayan trabajo y no hay créditos. Ésa es la realidad de este país".
Según el estudio Migración Internacional y Desarrollo en Nicaragua, de Eduardo Baumeister, consultor del Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), División de Población de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL), la migración nicaragüense principalmente está enfocada hacia Estados Unidos y Costa Rica y en menor medida para el resto de países de Centroamérica.
Según Baumeister, del ciento por ciento de los migrantes urbanos del país, el 35.5 por ciento se va hacia Estados Unidos, el 50.7 por ciento viaja hacia Costa Rica y el 13.8 por ciento hacia otros destinos. Del total de migrantes rurales el 11.6 por ciento viaja a Estados Unidos, el 80 por ciento hacia Costa Rica y el 8.4 por ciento hacia otros destinos.
"ME DUELE EL ALMA"
"A mí me duele el alma, pero tengo que aceptar que se vayan a trabajar", admite con tristeza María Antonia Vásquez, una mujer de edad media, que tiene a su cargo a cuatro de sus nietos, cuyas madres están trabajando en El Salvador, uno de los destinos de la migración desde San Bartolo.
Vásquez dice que únicamente su hija Jamileth del Rosario Altamirano le envía dinero con el que debe mantener a todos los nietos a su cargo, Klelian de 12 años, Freddy de 9, Jadiel Adrian de 6, Francine de 6 y a la recién llegada Bianca de 8 años, y por quien María Antonia suplicó a su hija Dilcia que la llevara a San Bartolo, porque en El Salvador corría peligro, pues le tocaba viajar largas distancias para ir a la escuela.
Según Vásquez, su hija Jamileth gana 130 dólares trabajando de cocinera y le envía dinero cuando puede, que generalmente ocurre cada tres meses, cuando alguien viaja hasta la comunidad. "Recibo cada tres meses, con eso voy a pagar lo que debo, así voy engañando a los niños, comprando una libra de frijoles, comiendo poquito, cuando hay fruta comen…, los niños se desnutren", dice la señora.
"Yo no duermo, pienso en cómo están (sus hijas). Me hacen falta, tan largo…, me afecta, usted viera", confiesa con tristeza esta mujer menuda, que dice padecer de fuertes dolores en un brazo. "Me mantengo enferma y las medicinas son compradas, y si uno no tiene reales no compra. Todo es comprado. Ahorita el maíz anda por 300 córdobas el quintal y me pongo a pensar que en julio ya es la escasitud (escasez)".
BUSCA NUEVOS HORIZONTES
En la casa de doña María Antonia está su hija Darling Haydée Zeledón Vásquez, de 19 años. Ella estuvo trabajando en El Salvador, pero regresó para tener a su bebita. Piensa irse a Costa Rica porque "dicen que se gana mejor. Aquí no hay trabajo, aquí sólo nos vemos y ya", sostiene la joven, quien recuerda que en El Salvador —donde estuvo ocho meses de su embarazo— algunos días tenía trabajo y otros no.
"Hay gente de buen corazón y a veces dan trabajo y a veces no", sostiene Zeledón, recordando que con gente que viajaba al poblado ella enviaba a su madre algo del poco dinero que conseguía. "Lo que hacíamos es que mandábamos cada dos meses o tres si venía alguien, y si no lo traemos. El problema es que en la frontera nos roban y las agencias son muy caras, por ejemplo la Western (Union) cobra 20 dólares por cada cien dólares que enviás y a la persona que viaja sólo se le hace un regalito".
ENDEUDADOS
La historia de la familia de don Anselmo García, de 85 años, no es diferente. A su nieto Juan Gabriel Hernández, de 22 años y padre de dos niños, no le fue bien con la cosecha de frijoles que sembró en cinco manzanas. "Los frijoles se fueron a pique", dice don Anselmo.
Juan Gabriel había prestado dinero a una microfinanciera y tuvo que irse en diciembre con su esposa Sandra Hernández, de 22 años y su niña recién nacida, dejando atrás a su pequeño de ocho años, Luis Manuel Hernández Rivera en poder de su abuela Marta Irene García (42 años), hija de don Anselmo.
"Él sacó préstamo con microfinancieras y tiene que pagar. Ahorita creo que no han mandado. Estamos buscando para vivir", dice don Anselmo, tras comentar que la dieta diaria de su casa es frijoles cocidos con tortilla "cuando hay y si no, tortilla con sal cuando hay sal y si no, así nomás".
Pero ante la falta de dinero la abuela de Luis Manuel también sale a cortar café a las comunidades vecinas para conseguir dinero para la manutención de la familia. Debe caminar cinco horas para llegar y por eso de vez en cuando "baja a verlos", dice don Anselmo.
Ésta, como muchas otras familias de San Bartolo, no tienen tierras y debieron alquilarlas para sembrar, pero el invierno "les ahogó" los cultivos.
José Santos Espinoza Olivas, vicealcalde liberal de Quilalí, coincide en que la situación económica es precaria en la zona. "Ahorita está crítico porque están trabajando poco, escondidos por la migra".
Espinoza Olivas recuerda que "hubo un tiempo bueno", cuando los pobladores que emigraron enviaban dinero a la zona. "Ahora ya no mandan. Aquí hay una crisis enorme. Se han caído completamente las remesas. Antes se miraban las filas en la Western Union, pero con la crisis económica vamos de mal en peor. De dos años para acá se ha sentido un bajón".
Según las estadísticas del Banco Central, durante el año 2008 Nicaragua recibió 818.1 millones de dólares en concepto de remesas familiares, un incremento de 79 millones en relación con el 2007.
Fernando Emilio Poveda López, primer concejal de la Alcaldía de Quilalí, coincide con el vicealcalde en que la situación es difícil para la población. Recuerda que la población acudió al municipio por ayuda para el ingreso escolar, pero las arcas de la Alcaldía estaban vacías y tuvieron que hacer una fiesta para recoger dinero, pagar un mes de la planilla que adeuda dos más, y ayudar a la gente, además de aportar de sus propios pecunios.
"En julio no sé qué va a pasar en este municipio", dice Poveda López. Y es que de marzo a agosto es la temporada seca para estas zonas, según explican las autoridades locales. En esta época, denominada por los campesinos como "Los Julios", escasean los alimentos y el trabajo.
Tanto Poveda López como el vicealcalde Espinoza Olivas señalan que la migración empezó desde 1994, fundamentalmente hacia Estados Unidos, Costa Rica y El Salvador. Viajan los jóvenes y las mujeres, según dicen, y las comunidades de donde más se van son Las Vigías, Panalí y San Bartolo, "porque tienen más problemas para sobrevivir".